Universidades en las ciudades son las nuevas marcas globales

Publicado el 21/02/2018 a las 0h38
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John Gapper

Cuando se fundó la Universidad Colegio de Londres (UCL, por sus siglas en inglés) en 1826, fue ridiculizada en el John Bull, un periódico dominical, como “una estafadora escuela de suscripción de una sociedad anónima para los chicos ‘Cockney’” del este de Londres. El desprecio elitista era inevitable, dado que la UCL se encontraba entre las primeras universidades fundadas en Inglaterra desde la fundación de Cambridge, seis siglos antes.

Las murmuraciones acerca de la toma de riesgos y del expansionismo de la UCL todavía están presentes, a pesar de que actualmente es una de las 10 mejores universidades del mundo, según las clasificaciones de QS. La semana pasada, un grupo de académicos aprobó una moción de desconfianza de sus líderes en relación con su crecimiento, incluyendo un campus planificado de 480 millones de libras esterlinas en la anterior ubicación del Parque Olímpico en el este de Londres.

La UCL no está sola en la búsqueda de expansión para asegurarse su lugar entre la liga de las principales universidades del mundo. La Universidad de Nueva York (NYU, por sus siglas en inglés), fundada casi al mismo tiempo, ha abierto un centro tecnológico en Brooklyn, y la de Columbia está forjándose camino en West Harlem como parte de un plan de crecimiento de $us 6 mil millones. Es difícil caminar por las ciudades sin encontrar obras de construcción para nuevos campus universitarios.

Es natural temer que el crecimiento vaya acompañado de una erosión de la intimidad entre los habitantes de la ciudad y los universitarios, encarnada por las instituciones de educación superior, como las universidades de Oxford y Cambridge o como la de Princeton, la que tiene 8.000 estudiantes en comparación con los 41.500 de la UCL; o la Escuela Politécnica cerca de París, con sólo 3.000 estudiantes. Un campus donde los estudiantes y los profesores fácilmente convivan pareciera ser el lugar perfecto.

Pero algunas universidades cuentan con escasas opciones. Ellas carecen del estatus histórico de Harvard o de Oxford y del colchón de grandes dotaciones o de edificios que se pagaron durante la Edad Media. Admitir más estudiantes es la única forma de cubrir los gastos de una marca global.

El revuelo en la UCL es un síntoma de una turbulencia más amplia que afecta a las universidades conforme la educación terciaria masiva se extiende a nivel mundial y aumenta la demanda de ingreso a las universidades elitistas. El mercado se está globalizando de la misma manera que las industrias como las finanzas y la fabricación de automóviles, lo cual obliga a las universidades a mantener el ritmo o a encontrar un nicho.

La asistencia a una universidad durante al menos dos años ha crecido del 10 por ciento de quienes dejaban la educación secundaria a nivel mundial, en 1971, al 33 por ciento, en 2013, con millones yendo al extranjero para estudiar. Esto hace que la admisión a universidades clasificadas mundialmente sea particularmente deseable. Simon Marginson, profesor en (coincidentemente) la UCL, llama a esto “un bien posicional, sujeto a una absoluta escasez de oportunidades de alto valor”.

La paradoja de instituciones como la UCL y la NYU es que se están volviendo más elitistas a pesar de su crecimiento, debido a que la demanda de estudiantes se expande aún más rápido. Ser aceptado en las mejores universidades siempre fue difícil, y las familias luchan ferozmente para que sus hijos obtengan acceso a codiciados lugares, pero la competencia transfronteriza para las universidades con clasificación global se ha vuelto similarmente intensa.

Esto se ve reforzado, al igual que sucede con la banca de inversión, por las clasificaciones internacionales. En la actualidad, las universidades compiten a nivel mundial, particularmente en relación con la profundidad de la investigación de primera categoría. Para ocupar los primeros lugares, no solamente deben ser buenas en algunas asignaturas, sino también tener una amplia gama de disciplinas.

La UCL ocupa un lugar destacado en materias como las ciencias sociales y la medicina, pero quiere elevar su posición en ingeniería y en matemáticas. Harvard, la que ya es una de las principales universidades en cuestiones de investigación, se está expandiendo a Boston para construir un nuevo campus que incluye una escuela de ingeniería, una especialidad tradicional de su antiguo competidor en Cambridge, el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés).

Esto conduce a un fenómeno familiar tanto en las finanzas como en el fútbol: el surgimiento de ligas globales y el reducido papel de las clasificaciones nacionales. Cerca de la mitad de los estudiantes de la UCL provienen de fuera del Reino Unido, lo que significa que sus pares incluyen a la Universidad de Tsinghua en Beijing, a la ETH de Zúrich y a la Universidad Nacional de Singapur.

Esto agrega presión a organizaciones como el Russell Group, el cual comprende las 24 principales universidades del Reino Unido, incluyendo a Oxford y a Cambridge. Un motivo tácito detrás de la expansión de la UCL es que pueda ser necesario separar al nivel superior del Russell Group del resto, poniendo a los rezagados en peligro de ser relegados.

En cierto sentido, tales problemas de desarrollo no son nada nuevo. Clark Kerr, entonces presidente de la Universidad de California, escribió en 1963 sobre el surgimiento de la “multiversidad” estadounidense: una entidad más grande y más corporativa que las “comunidades medievales de maestros y estudiantes” de las que surgieron las universidades. La globalización y la tecnología han dado un nuevo ímpetu a las instituciones de base amplia.

El problema es que no está claro cuán grandes debieran ser las universidades, y cuánto crecimiento sería excesivo. La categoría en la que se encuentran las universidades se está ampliando; incluso los rivales directos varían enormemente en tamaño. En la “Ivy League” (el conjunto de universidades estadounidense más prestigiosas), por ejemplo, Dartmouth tiene 6.400 estudiantes, mientras que Columbia es cinco veces más grande con 32.400.

Tal vez una mejor manera de considerar las instituciones urbanas como la UCL no sea como “multiversidades” sino como “ciuversidades”; la industria central de las ciudades estado en un mundo globalizado. Asistir a ellas, para bien o para mal, es ciertamente diferente de ir a una pequeña universidad de artes liberales como Oberlin en Ohio.

Todos los equipos de fútbol tienen que ser del mismo tamaño, pero las empresas de otras industrias no tienen que serlo. He aquí una lección para los académicos rebeldes de la UCL: lo grande también puede ser hermoso.

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