Por qué las medidas de Maduro están destinadas al fracaso
La hiperinflación en Venezuela ha alcanzado un récord histórico de proporciones épicas. La economía se ha reducido casi a la mitad en sólo cinco años. Sufre la mayor tasa de inflación anual jamás registrada en América Latina. Para intentar revertir esta situación, el presidente Nicolás Maduro lanzó la semana pasada un nuevo paquete económico. Afirmó que las medidas devolverían “la prosperidad económica al país”.
Hay pocas razones para creerle. Es más, casi ningún venezolano le cree. Cada vez más personas están huyendo del país. Su éxodo ya se califica como probablemente el mayor desplazamiento forzado jamás registrado en el hemisferio occidental. El mundo debe estar atento.
Al igual que todos los programas económicos anteriores de Maduro, el más reciente es confuso y contradictorio. Hay una devaluación inicial efectiva del 95 por ciento. Se emitió una nueva moneda, con un aumento en los impuestos a las empresas, un aumento de 3.000 por ciento en los salarios mínimos y un compromiso para no seguir imprimiendo dinero. Esta última práctica ha elevado la inflación, la cual se está acercando a un millón por ciento anual, según estimaciones por el FMI. Se aumentó el impuesto al valor agregado, y se anticipa el fin de los subsidios que hacen que los precios domésticos de la gasolina (con un dólar se puede cargar 700 tanques de vehículos), sean los más baratos del mundo. Éstas son medidas desesperadas de un gobierno que recién comienza a enfrentar la realidad. Es casi seguro que fracasarán.
La piedra angular del programa (la supuesta solución a la inflación a la cual se anclan los precios y el tipo de cambio) es una criptomoneda venezolana llamada Petro, que no tiene valor de mercado. En el país con las mayores reservas de energía del mundo, no existen medidas concretas para elevar la decreciente producción de petróleo. Con aproximadamente 1,4 millones de barriles por día, que ya se ha reducido en un 25 por ciento tan sólo este año, la producción ha caído a niveles que se cree que se vieron por última vez en 1947. Tampoco existe el compromiso de abrir la economía, fomentar la inversión y la empresa privada, ni buscar financiamiento de entidades crediticias como el FMI para cerrar un déficit fiscal que se estima que es del 20 por ciento de la producción anual.
Pero lo que es más importante aún, la cleptocracia de Caracas que se llama a sí misma un gobierno se mantendrá en el poder. La miseria de Venezuela y su crisis de refugiados sólo empeorarán.
Maduro hizo un cálculo crudo y probablemente piensa que puede capear la creciente tormenta. El costo social de su mala gestión ya es extremo. Abunda la escasez de medicamentos y alimentos básicos. La desnutrición va en aumento. Han regresado enfermedades que alguna vez fueron vencidas, como el sarampión.
El paquete de austeridad sólo conseguirá empeorar las condiciones. De hecho, las protestas callejeras espontáneas están aumentando.
La oposición está fracturada y sin líderes, y, por ahora, los generales permanecen del lado del Presidente. El principal problema de Maduro no es manejar el país, sino las facciones rivales corruptas que compiten a su alrededor, y así evitar un golpe de palacio.
La mayor parte del mundo, especialmente los partidarios del “chavismo” de la izquierda panglossiana, ha guardado un vergonzoso silencio sobre la crisis de Venezuela durante demasiado tiempo. El país es un estado fallido. Como centro de tráfico de drogas y fuente de un gran éxodo, ya es un exportador de inestabilidad.
A fines de 2017, alrededor de 1,6 millones de venezolanos vivían en el extranjero, según la ONU. Las estimaciones locales colocan la cifra hasta en 4 millones. Los países vecinos hasta ahora han recibido a los refugiados (tan sólo en Colombia hay un millón), pero Brasil, Ecuador y Perú han comenzado a restringir los requisitos de visado para las llegadas. Las comparaciones con la crisis de refugiados en Siria (el peor desastre provocado por el hombre desde la Segunda Guerra Mundial, con casi 6 millones de refugiados de una población de 20 millones de personas antes de la guerra) pueden ser inexactas, pero, en términos de magnitud y números brutos, ya no parecen totalmente descabellados.