Apuntes sobre economía cochabambina en tiempos de la independencia

Cochabamba
Publicado el 12/09/2017 a las 0h00
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Alber Quispe Escobar (*)

Ninguna duda cabe que las luchas independentistas que tuvieron lugar en Charcas (o el Alto Perú), entre 1809 y 1825, dejaron resquebrajadas las bases económicas de este territorio que tenía un destacado lugar en el espacio económico surandino más amplio, sobre todo por sus actividades mineras. La presencia de los ejércitos auxiliares del Río de la Plata y los del virreinato del Perú, hicieron de Charcas el escenario central del conflicto. Años de guerra, militarización y reclutamiento afectaron profundamente las diversas fuentes de la riqueza y el comercio. Apenas pocos años después de la creación del Estado boliviano, un atento observador, que se escondía bajo el seudónimo de un “aldeano”, escribió un “Bosquejo del estado en que se halla la riqueza nacional de Bolivia” en el que mostraba el peso asfixiante de una economía estancada. Aunque el aldeano anónimo se esfuerza en atribuir esta crisis a la libre importación de productos (y de ahí su postura proteccionista), gran parte de ese estado de pobreza que describe se debía también a los efectos devastadores que los años de guerra dejaron en la economía.

La situación económica de Cochabamba no escapaba de ese contexto más amplio. Situada entre el altiplano y los llanos, esta región tuvo un rol importante en el largo proceso independentista. Desde su adhesión temprana a la Junta gubernativa de Buenos Aires en 1810 hasta concluir esa década al menos, los insurgentes patriotas, conocidos por postergar en varias ocasiones los avances de las tropas realistas hacia otros territorios, hicieron que una considerable parte del conflicto bélico se sitúe en diferentes puntos de la geografía cochabambina. Pero este constante estado de guerra, alteró en mucho el normal flujo de las actividades agrícolas, manufactureras y comerciales.

La agricultura fue una de las más perturbadas por el conflicto armado. Debido a sus microclimas especiales, la región de Cochabamba era tradicionalmente el granero de un amplio espacio económico que giró sobre todo en torno a la economía minera de Potosí, tal como argumentó Brooke Larson en su clásico trabajo Colonialismo y transformación agraria. Esta historiadora, en efecto, muestra que Cochabamba se constituyó en una importante región de haciendas que abastecían con productos cerealeros (trigo y maíz) a los mercados mineros del altiplano. La época de la confrontación armada modificó este sector productivo cuyos niveles estaban disminuyendo ya a fines del siglo XVIII, según las preocupaciones que el gobernador intendente Francisco de Viedma dejó traslucir en su “Descripción geográfica y estadística de la provincia de Santa Cruz”, jurisdicción a la que pertenecía Cochabamba.

La llegada de la guerra afectó de diversas formas a la agricultura de hacienda. Es probable que la principal de ellas fuera la ausencia de fuerza de trabajo. Como es bien sabido, quienes sostuvieron la guerra fueron contingentes de hombres (muchas veces acompañados de sus mujeres) de los sectores populares de la sociedad regional. Los trabajadores de las haciendas, sean los del régimen salarial o los pequeños arrenderos, fueron parte de estos segmentos que participaron de la guerra, ya sea por convicciones propias o por presiones coercitivas.

 

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Ilustración del funcionario norteamericano Lardner Gibbon quien visitó la ciudad en 1851. “Mujer comerciante de Cochabamba”, anotó Gibbon al pie de su ilustración.
Alber Quispe Escobar

Sublevaciones

La agudización de la propuesta independentista tras el retorno del rey a la monarquía en 1814 (luego de un corto periodo liberal gestado por la Constitución de Cádiz de 1812), necesitó más que nunca de combatientes. Entre 1815 y 1819, el reclutamiento de soldados para los ejércitos patriotas y realistas en gran medida fue realizado en las haciendas, aunque no siempre con los mismos postulados de parte de los jefes militares que lograron controlar, por periodos intermitentes, la región de Cochabamba. Así por ejemplo, el comandante de las tropas que peleaban en nombre de la patria, Juan Antonio Álvarez de Arenales, no puso mayores reservas en un reclutamiento casi generalizado (incluyendo a la población indígena) a diferencia de su adversario realista, José Mendizábal e Imaz, que fue más cauto al incluir en sus filas fundamentalmente a los “vagos y ociosos” y dejar a los “brazos robustos” para las necesarias faenas agrícolas y a los “indios de su majestad” para la recaudación tributaria. A fines de esa misma década, sin embargo, esta autoridad realista creó un nuevo impuesto al valor de las haciendas para financiar la guerra que demandaba cada vez más de grandes recursos económicos (Documentos del Archivo Histórico Municipal “José Macedonio Urquidi”).

Los robos y saqueos de las haciendas fueron muy comunes por parte de ambos ejércitos. Numerosos testimonios de la época dan cuenta de estos incontenibles actos en tiempos de guerra. Además, las confiscaciones de haciendas por adhesiones a uno u otro bando, estuvieron también entre las principales medidas de disciplinamiento, tal como les ocurrió a Isidro Marzana y Juan Carrillo de Albornóz, dos miembros de las élites y líderes de la rebelión cochabambina. Otro fenómeno de la época fue el control de las haciendas, sobre todo en el partido de Mizque y sus proximidades, por las afamadas guerrillas o montoneras conformadas por indígenas y mestizos. A semejanza de lo que ocurría en Ayopaya donde al parecer no era común que los insurgentes administren directamente propiedades agrícolas sino a través de arriendos, en el extremo sureste de Cochabamba las montoneras aprovechaban de ellas valiéndose de arrenderos adictos al “sistema de la patria”, según muestran algunos documentos históricos.

Las comunidades indígenas sufrieron iguales o peores rigores que las haciendas. Tal como ha propuesto Marie-Danielle Demélas en su “Nacimiento de la guerra de guerrilla”, en estos casos el bandolerismo de los soldados aumentaba notoriamente cuando se terminaba la cosecha o cuando se reunía el ganado para contarlo o marcarlo. La merma de la ganadería fue, de hecho, uno de los efectos más desastrosos que trajo la guerra. El conocido “Diario de un comandante de la independencia americana”, escrito por el “tambor mayor” José Santos Vargas incluye varios pasajes en los que las familias campesinas de los pueblos de Ayopaya son despojadas de cientos o miles de ovejas, vacas, mulas, caballos y otros medios de sobrevivencia. Estas funestas consecuencias para la economía rural fueron difíciles de reparar en el corto plazo. Pero al igual que en estas comunidades, en el valle central hubo una notoria disminución del ganado equino necesario para la formación de compañías de caballería. Cochabamba fue una región tan conocida por las caballerías insurgentes que, después de su victoria del 27 de mayo de 1812, el general realista José Manuel de Goyeneche prohibió la crianza de caballos.

 

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“Un indio peruano regateando con un mercader de ropas de Cochabamba”. Ilustración de Edmund Temple, 1830.
Alber Quispe Escobar

Otras actividades

Aunque las actividades agrarias (y pecuarias) constituían la principal fuente económica, Cochabamba no dependía únicamente de ellas. Gustavo Rodríguez ha demostrado, en “Historia de la industria cochabambina”, la importancia que tuvieron las actividades manufactureras en la economía regional sobre todo desde fines del siglo XVIII. Fundamentalmente, era la producción del tocuyo y los barracanes, textiles rústicos de algodón, la que movía una impresionante fuerza de trabajo. Estas actividades productivas estaban en manos de los sectores populares y tenían un carácter doméstico y familiar. Si bien en los documentos de la época no aparecen muchos datos sobre los efectos de la guerra en estas labores, es de suponer que se debilitaron debido a las difíciles circunstancias que atravesaban las familias cochabambinas. Adicionalmente, hay que considerar que esta industria dependía de la importación de algodón de la costa peruana cuyos circuitos de comercio se vieron alterados por la confrontación bélica. En consecuencia, no sorprendería que las primeras manifestaciones de una crisis en este ramo hayan comenzado en este periodo, alcanzado su punto más álgido en las décadas siguientes a la fundación de la república.

El comercio

La otra parte importante de la economía regional, el comercio, también experimentó altibajos. Durante todo este periodo, las redes comerciales con el altiplano y el oriente o, incluso, las redes internas, estuvieron más amenazadas que antes por las circunstancias de la guerra. Los trajinantes de Cochabamba, tradicionalmente, exportaban trigo y maíz del valle bajo, coca de los yungas de Pocona y Totora y licores y ganadería de Mizque, entre otras cosas, a distantes puntos de la geografía charqueña, e incluso más allá de sus límites, mientras que internaban otros tantos productos necesarios para la población local. Pero la guerra introdujo o intensificó otro componente al difícil comercio a lomo de mulas o carretas por rutas inestables, a saber: los robos o pillajes a manos de guerrillas o montoneras que, a la par de actuar en nombre de la “patria” o como parte de sus estrategias para desestabilizar a las tropas realistas, también se dedicaban a expoliar a los trajinantes. Caudillos como Manuel Rojas (alias “curito”) o José Domingo Gandarillas, entre muchos otros, eran bien conocidos por este tipo de asaltos.

Las afamadas ferias semanales de los valles, la de Cliza particularmente, han tenido que sufrir alguna merma. Con una producción estancada por las causas ya señaladas, el comercio debió presentar considerables alteraciones en los precios y en la disponibilidad de productos. Como quiera que fuera, este tipo de comercio siempre ha estado en manos de las mujeres de los sectores bajos. En la ciudad, fueron precisamente las mujeres del mercado las que se enfrentaron al ejército realista de José Manuel de Goyeneche el 27 de mayo de 1812; luego pasaron a ser glorificadas en la obra de “Juan de la Rosa” de Nataniel Aguirre.

En fin, las bases económicas regionales tendieron a estancarse en el periodo de las guerras de independencia, quizá como preludio de los contraproducentes cambios que le esperaba a la región durante el ciclo republicano.

 

Cochabamba fue una región tan conocida por las caballerías insurgentes que, después de su victoria del 27 de mayo de 1812, el general realista José Manuel de Goyeneche prohibió la crianza de caballos.

 

(*) Sociólogo. Magíster en Historia del Mundo Hispánico de la Universidad Jaume I y Magíster en Historia de América Latina. Mundos Indígenas, Universidad Pablo de Olavide (Sevilla).

 

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