Identidad y revolución qhochala

Cochabamba
Publicado el 12/09/2017 a las 0h00
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Guido Guzmán Salvatierra (*)

Una de las preocupaciones que tenemos los cochabambinos es ¿por qué nos diferenciamos de esa mentalidad andina comunitaria originada en aquella institución enraizada llamada ayllu que pervivió y subsiste hasta hoy con modificaciones lógicas en una historia de larga duración desde antes de la conquista española? Haciendo un recuento a partir de observaciones etnográficas de los campesinos indígenas de los valles de Cochabamba, los diferenciamos de las comunidades de las tierras altas de Bolivia, principalmente de las regiones del lago Titicaca, de Oruro y Potosí; es decir, la organización y la cultura de los campesinos vallunos ya no se orienta en las tradiciones andinas.

Los siglos XVI y XVII fueron de una intervención fuerte de los conquistadores españoles y su posterior colonización, transformando toda la estructura social establecida por los incas e inclusive pre-inca; es decir, la estructura de los señoríos aymaras que llegaron a pactar en primera instancia con el inca Tupac Yupanki sobre su dominio político y militar en el Collasuyu y su acceso a los valles. En un primer momento, implicó que los grupos étnicos originarios del valle central cochabambino los cotas, chuys y cavis sean transferidos bajo la forma de mitimaes (condición de colonos para resguardo de la frontera  y también para disponer de recursos naturales) hacia la región de Pocona, Pojo y Mizque y establecer un mejor control y expansión incaica contra los llamados “chiriguanos” que en realidad eran los Yurakares, Raches y Yumo que dominaban la ceja de monte oriental de la cordillera de Tiraque a Totora (el Antisuyu); los Soras de Sipe Sipe fueron los que se quedaron en el valle central.

 En la siguiente administración incaica con Huayna Kapac, esta modalidad de transferir poblaciones a diferentes zonas ecológicas se implementó principalmente en el valle central, viendo el inca la dimensión territorial extensa y fructífera del valle de Cochabamba llegó a repartir tierras a todos los grupos étnicos altiplánicos: canas, collas, lupacas, pacajes, carangas, caracaras, quillacas, urus, charcas e inclusive grupos como los atacamas, chichas y lipez. Su función principal era la producción agrícola para abastecer a los funcionarios  de los diferentes órganos estatales.

Para 1538, se efectúa la conquista del Collasuyu por los españoles, desde toda la región sur del Cuzco; luego, sucedió la guerra civil entre pizarristas y almagristas y el reparto de tierras bajo la modalidad de la Encomienda otorgada por la Corona a los españoles que habían logrado tener un reconocimiento por sus méritos y que les sirviera para obtener ingresos de la producción agrícola de las asociaciones indígenas (repartimientos), las que eran extensas. Es así que para Cochabamba, fueron otorgadas a Rodrigo de Orellana la encomienda de Tiquipaya; Juan de Carvajal, la encomienda del Paso, quien falleció, siguiéndole Alonso de Camargo y finalmente el licenciado Juan Polo de Ondegardo; y para Sipe Sipe como encomienda a Francisco Negral, que luego iba a pasar a Hernando de Silva.

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Alcide Dessalines d’Orbigny, naturalista, paleontólogo y explorador francés que recorrió muchas regiones del continente americano entre 1826 y 1834, explorando parte gran parte de Bolivia.
Guido Guzmán Salvatierra

 

La encomienda resultó ser una gran dádiva para los encomenderos ya que fue hereditaria hasta su quinta generación, además de disponer a su voluntad de los indios para cualquier trabajo y de tener control de los Repartimientos indígenas a través de sus kuracas, que debía ser como los recaudadores de los tributos en especie o dinero, lo último provocó serios conflictos ya que no conocían este mecanismo de tributo.

Debido a las Encomiendas, los ayllus empezaron a reducirse, este fenómeno de desgaste poblacional fue intenso, ya que también los indios de cada repartimiento vieron la estrategia de subsistir, refugiándose como yanaconas (trabajador con la categoría de siervo) en las nuevas chácaras a cambio de una parcela de tierras para su asentamiento con su familia y librarse del pago del tributo.

La incursión de nuevos españoles ávidos de tierras amplió el área agrícola mediante el mercado de tierras de las chácaras de cierta extensión, pero inalcanzable a lo que fue una encomienda que habían perdido su vigencia con las llamadas Leyes Nuevas, que no les permitía la prolongación hereditaria y el sostenimiento de los colonos indígenas (Hatun Runas), por lo que llegó a desaparecer. El tributo impuesto por la corona a los indígenas estaba implícito y pagado por el chacarero que a futuro llegó a ser el hacendado para el siglo XVII y XVIII.

Para 1571, se llegó a fundar la Villa de Oropesa, que más adelante sería la ciudad de Cochabamba dado el rápido crecimiento poblacional. Si para la época del dominio Inca, Cochabamba ya era multiétnica, para esta época de inusitado emprendimiento agrícola con las chácaras de españoles, la población indígena se había incrementado.

La intensa movilidad y dinámica de la transferencia de tierras provocó  el incremento de chácaras y también de yanacunas con un incremento de mujeres en el transcurso de los padrones emitidos durante el siglo XVII y la gran disminución de los Hatun runas (los colonos originarios de los repartimientos). Con referencia a esta situación de transformación de un máximo de 150 años, Raimund Schramm en su libro “Pocona Mizque” menciona: “Podríamos estar tentados a interpretar esta evolución demográfica diciendo que las personas estaban ‘hartas de la vida’ y que tenían ‘ganas de morir’. Aparentemente, la única alternativa digna de vivirla eran las chácaras vecinas y las villas españolas, pero éstas eran multiétnicas, de manera que borraban los límites de la identidad étnica, fomentando de esta manera, el surgimiento del ‘qhochala’ quechua- hablante”. Ob.cit. pág. 28

Siguiendo esta línea, para el siglo XVIII, la región de Cochabamba ingresa a una dinámica diferenciadora y creadora de un nuevo ente cultural aprovechando el desgastado poder colonial que trataba de retomar las riendas en todos los aspectos, principalmente lo económico. Vemos que surgió un fuerte descontrol de la imposición tributaria y de la mita que eludían los indígenas a través de estrategias de subsistencia, huyendo del control cacical, incorporándose como yanacunas a las chácaras y haciendas en pleno florecimiento o rearticulándose en las villas y pueblos como mestizos y trabajando en actividades artesanales, comerciales, arrieraje, etc.

En otras palabras, lograron tener un dominio cultural y económico en expansión. El hacendado y la clase colonial no pudo frenar esta avanzada cultural, al contrario, llegó hasta un punto de acuerdos en determinadas relaciones de producción, como el trabajo agrícola que ya de principio los indígenas tenían acceso y asentamiento al interior de la hacienda a través de la mano de obra por una parte gratuita; y/o el trabajo en compañía, que surgía como una forma de solucionar tanto la siembra y la cosecha de extensas áreas productivas; inclusive los propios hacendados administraban desde sus ostentosas casonas en la villa a través de un “administrador de campo” (el capataz) y otros. La solución más práctica y eficaz sin que afecte la propiedad era el arriendo de parcelas a los indígenas, lucrando así con la tierra.

Estas formas de acceso y de manejo de la propiedad hacendal promovió al surgimiento de múltiples redes de la cultura qochala, tal como lo analiza Brooke Larson en su libro “Cochabamba: (Re) construcción de una historia” (Pág.37), sobre ese proceso de transformación emergente: “Múltiples espacios impregnados de cultura popular y formación de identidad en el contexto específico de la historia regional y economía política para comprender cómo la cultura, el poder, y la economía interactúan y se transforman continuamente a través del tiempo”.

En 1730, Cochabamba se vio envuelta en una explosión contra la corona que pretendía hacer sus cobros tributarios, no sólo a los indígenas sino a los mestizos. En ese momento, la villa ya se encontraba con una red profunda de intercambios mercantiles y artesanales tanto de mestizos y plebeyos que habían cooptado toda la red productiva y comercial, viéndose afectados provocaron una sublevación en oposición a este intento de cobro, el mestizo Alejo Calatayud fue el personaje que llegó asumir esta revuelta.

 

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Una pintura de la plaza central de Cochabamba, en la que se refleja las múltiples actividades que allí se desarrollaban en el pasado.
Guido Guzmán Salvatierra

Entretanto, las relaciones sociales de producción y la multiplicidad de redes comunicantes de la “cultura popular” no se habían interrumpido; sin embargo, aún se mantenía una suerte de diversidad y ambigüedad cultural. En las tierras altas de Tapacarí y Ayopaya existían haciendas que mantenían un férreo manejo de la servidumbre indígena que las comunidades soportaban. No fue casual que con las grandes sublevaciones de Tupac Amaru en el Cuzco y Tupac Katari en el Alto Perú estas comunidades de altura se adhirieran casi inmediatamente, lo que movilizó a las fuerzas realistas de todo el Alto Perú.

Para fines del siglo XVIII y principios del XIX, Cochabamba se favoreció con un gobernador de la ilustración, don Francisco de Viedma, quien protegió e impulsó una nueva visión de gestión administrativa viendo y observando el ambiente social transformado y, hasta en cierto punto, complaciente con la dinámica económica de los valles e inclusive del oriente, pero no llegó a ver la gran explosión revolucionaria de todo el Alto Perú.

Cochabamba retomó las banderas libertarias con sus destacados líderes como Francisco del Rivero, Esteban Arze, Bartolomé Guzmán, Melchor Guzmán “Quitón”, levantándose el 14 de septiembre de 1810. Pero quiénes eran y a quiénes representaban ellos en esta revuelta. Francisco del Rivero se sabe que fue un español criollo y próspero hacendado; Esteban Arze, militar, pero con propiedades en las cercanías del río Caine y Tarata, resultando ser un estratega militar con cualidades de líder, principalmente en la Batalla de Aroma; Bartolomé y Melchor, lugartenientes de Esteban Arze, se destacaron por ser parte de la sociedad criolla de la ciudad. Son elegidos como gobernador Rivero y como jefe militar Arze, que tuvo la inteligencia y virtud de formar el Primer Ejército Patriota compuesto de jóvenes criollos y principalmente de aquellos mestizos o cholos de Cliza y Tarata que incursionaron a la ciudad montados en caballos, lo que impulsó a mayor entusiasmo y decisión a los líderes revolucionarios; de hecho, hubo una alianza implícita entre criollos, mestizos e indígenas, que participaron con su presencia y sus famosas ”macanas”, palos, lanzas, cuchillos, machetes, mazos.

Hubo un segundo momento, es decir, una segunda revolución casi inmediata e inesperada para Goyeneche, precisamente al mando de Esteban Arze y sus famosos lanceros cholos vallunos de Cliza, que habían estado replegados y ocultos en los rincones del valle de Cliza. En esta segunda revolución, Arze llega a tomar las riendas de la ejecución revolucionaria, pero prefiere ceder la administración civil a Mariano Antezana que, a regañadientes, acepta, para dirigirse con sus aguerridos vallunos hacia Oruro y tomar control de esa plaza importante; sin embargo, no lo logró. Entre tanto, Goyeneche tiene que retornar a Cochabamba con una fuerza mayor y decidido a todo. Las discrepancias entre Arze y Antezana hacen que entre en crisis una fracción del ejército patriota, estacionado en las cercanías de Cochabamba, desmovilizándose Antezana sin hacer nada ante la proximidad de la llegada de Goyeneche. Arze, a paso forzado, procura contener a los realistas, produciéndose así la Batalla de Quewiñal, en los altos de Pocona y Vacas, con resultados adversos para Arze, que se retira hacia Chuquisaca. Ante esa situación y en la desesperación de la defensa de la ciudad, se expusieron las mujeres, ancianos y niños con valentía y heroísmo, inmolándose ese 27 de mayo de 1812.

Por eso, es destacable la unidad, valentía y decisión en esta lucha por mayor libertad que lograron compartir criollos con mestizos e indígenas. Sabemos que no terminó la participación cochabambina en 1812. Esteban Arze retorna después de las Batallas de Salta y Tucumán y se somete al mando de Álvares de Arenales, español que se llegó a adherir a la causa patriota, comandando una fracción guerrillera en Vallegrande, pero que llegó a tener discrepancias profundas con Arze, motivando su destierro, muriendo en 1815. Pero la semilla que dejó, emergió en una zona inesperada con las guerrillas de Ayopaya, que duraría hasta 1825.

Cuando nos referíamos a la transformación de los indígenas con raíces étnicas que se habían desgajado convirtiéndose en yanaconas, mercaderes, comerciantes, artesanos y un sinfín de actividades todas ellas relacionadas con la productividad agrícola principalmente del maíz que fue el combustible para llegar a una suerte de diversidad de relacionamientos productivos, comerciales (ferias), rituales (presteríos) y hasta familiares generando una cultura propia y diferenciada del Qhochala identidad que marcaría una constante en el transcurso del siglo XIX y que sería el generador de una conciencia en sentido nacional y más que nada de un movimiento campesino emergente para el siglo XX que tendría su punto máximo en la Revolución Nacional de 1952. Pero a 65 años de este hecho muchas aguas pasaron bajo el puente, pues cabe reflexionar y retomar el rol histórico del campesino cochabambino en todas sus dimensiones y aún más con el papel que desempeña estos 11 años, con un Gobierno que surge gracias a la población rural llamado pluriétnico o plurinacional que condimenta y complejiza un análisis sociohistórico del campesino cochabambino.

 

En la penosa batalla de Hamiraya se habla de una presencia masiva de cholos e indígenas, pero que no tenían disciplina militar y mucho menos armas.

 

(*) Sociólogo e historiador. Diplomado Superior en Estudios Andinos Bolivianos de la Flacso y en Educación Superior de Univalle. Docente de Etnohistoria en la Universidad Mayor de San Simón. Asistente en el Archivo Histórico Municipal 2009-2013.

 

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