Disculparse es de caballeros
El tuerto le echa la culpa al empedrado y nuestros gobernantes a las redes sociales. Lo paradójico en todo esto es que ellos saben que el acceso a las mismas en Bolivia es tan bajo que ni siquiera con el satélite chino de 300 millones de dólares lograron su cometido. ¡Qué malos perdedores! Ahora a fuerza de castigar a quien se cruce en su camino quieren convertir su sinrazón en razón.
Fueron ellos mismos los artífices de introducir reformas a la Constitución e implementaron el referendo, un instrumento democrático para empoderar al pueblo. Pero seguramente nunca pensaron que al ser utilizado por el pueblo, éste acabaría con sus ansias de perpetuarse en el poder.
Ojalá entiendan ahora que en política los errores se pagan caro. Ojalá entiendan que la política es más que un partido que gira alrededor de un caudillo. Ojalá entiendan que la política es más que una ideología. Ojalá comprendan que la política es una ciencia que dependiendo de cómo la utilices te encumbra y te mantiene en la lumbrera o simple y llanamente te convierte en cadáver.
¿Por qué tanto temor y resistencia de aceptar una derrota? No fueron las redes sociales, ni el imperio. No fue la derecha, menos la oposición. No fue Carlos Valverde, ni Gabriela Zapata, que de niña amante se convirtió en la madre de un hijo, del que ahora es nuestro presidente. Los verdaderos culpables son ellos porque actuaron con lujuria; se olvidaron de la humildad y se tornaron soberbios. Así es como le faltaron el respeto al pueblo y producto de esas actitudes están de caída al abismo.
Hubiera sido tan simple que reconocieran que son humanos y que como tales tenían derecho a cometer errores, porque errar es de humanos y disculparse de caballeros. Con una acción tan sencilla se habrían ganado el respeto de ese pueblo que les dijo NO a su angurria. Su problema es que se creen inmortales y están erróneamente convencidos de que Bolivia no tiene más futuro si no va de la mano de ellos. Lo razonable hubiera sido dedicarse a gobernar el tiempo que les queda y no desafiar con un próximo revocatorio, porque el pueblo está cansado de experimentos electorales.
De los errores se aprende, dice otro adagio popular, o como dice una canción cuyo autor no me viene a la memoria: “hay que saber ganar como también hay que saber perder”. Encarcelar y amenazar no es el remedio para acallar y ponerle fin al desgobierno.
Para nadie es novedad que el castillo de naipes se ha derrumbado. Ahora ni las arengas irresponsables del vicepresidente con los niños, llamándolos a cuidar y proteger al presidente no tienen más asidero y aquí cabe cuestionarse lo siguiente: ¿Acaso el presidente cuidó y protegió a sus propios niños?
No hay peor ciego que aquél que no quiere ver. Este conflicto ha alcanzado ribetes inimaginables y me atrevo a decir que estamos en un camino sin retorno.
El autor es instructor de adultos.
Columnas de RUBÉN CAMACHO GUZMÁN