Agua que no has de beber…
Las denuncias sobre el desvío de las aguas del Silala en la frontera con Chile son de larga data. La semana pasada, y puntualmente con las “celebraciones” del episodio de Calama, donde heroicamente perdió la vida Don Eduardo Abaroa, el Presidente ha anunciado una ofensiva respecto al tema. Ha dicho que iniciará una demanda ante los tribunales de La Haya y que para ello creará una nueva comisión de especialistas.
El fervor patrio y el antichilenismo que este conlleva han sido bien servidos. El problema es que esta demanda, que si contuviera una verdad absoluta debería ser tomada muy en serio, ha sido manejada de la manera menos diplomática posible. Lo lógico sería conformar primero una comisión de expertos, asegurarse de que se está en lo justo, no contaminar esta investigación con nuestro habitual patrioterismo, y luego armar el caso, todo en sigilo. La primera noticia al respecto debería ser inicio de un juicio ante La Haya, y no una bravata, que además esta vez ha salido muy fuera de tono.
No es poca cosa que un presidente de Estado llame ladrón a un país vecino. No nos llevaría hoy en día a la guerra, pero sí a un fortísimo enfriamiento de los canales diplomáticos.
Inspira desconfianza el inicio de este reclamo, no sólo la coincidencia de la efeméride, sino por la desagradable situación por la que está pasando el Presidente estos días.
Pero más allá de la infortunada ocasión y de los rudos modales, lo que debemos considerar es que existen algunas dudas respecto a la justicia del reclamo que se está armando. Vayamos por partes: el decir que el Silala no es un río sino un manantial, no deja de ser algo curioso, y es que el origen de casi todos los ríos del mundo, es un manantial. (Dicho sea de paso, invito al lector a googlear para ver una fotito del manantial que da origen al Danubio). Nuestra visión está tan contaminada por el patriotismo que he leído, por ejemplo, en un artículo de prensa, que el agua sale de los bofedales, lo cual es absurdo, estos son la consecuencia de la presencia de agua, no lo contrario. Uno podría suponer que cuando hay un manantial que tiene una cantidad de agua relativamente importante éste pasa a ser un río.
Ahora viene el siguiente asunto: nuestros más lejanos antepasados ya canalizaron las aguas de los Andes para llevarlas a los valles de la costa, lo hicieron los Mochicas en el norte del Perú, los ahora llamados Lima, y los Nazcas en el sur. Las cordilleras han producido siempre aguas de deshielo hacia ambos lados de éstas. En los Andes, en la cordillera occidental, la más cercana a la costa, baja agua en ambas direcciones, hacia la costa o hacia el altiplano. Me es difícil creer que hubiera habido un sistema que hubiera podido desviar el agua, de un lado al otro. Me inclino a pensar que el agua del manantial del Silala siempre tenía, en forma desordenada y dispersa, un destino en dirección a la costa, y esto porque ese tipo de sistemas de aguas es muy recurrente en los Andes costeros.
Indudablemente los canales están allí y se nota algo que puede verse como un desvío, pero también como un direccionamiento. Vale decir en vez de dejar que el agua fluya naturalmente en forma desperdigada, que lo haga por un canal. Lo que cabe preguntarse es por supuesto, si esa agua realmente iba previamente en dirección al altiplano, o de todos modos bajaba al Pacífico. Y esa es una respuesta técnica que tiene que estar alejada de la política y que debe darse antes de iniciar cualquier juicio. Es obvio que si las aguas hubieran ido al altiplano, se estaría cometiendo una gran injusticia hacia las poblaciones del lugar, entonces, las compensaciones deberían empezar por parte del Estado boliviano hacia esas zonas, porque el desvío lo hubiera permitido en primera instancia éste.
No es por falta de amor a Bolivia que cuestiono este último paso de la política internacional evista, es por simple amor a la racionalidad.
El autor es operador de turismo.
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ