A propósito de la justicia
¿Si tuviera que escoger entre la libertad y la justicia, cuál escogería usted? Idealmente en una democracia esperamos tener ambas. Si no, ¿cuál es el sentido más esencial de la democracia? Tener libertad y justicia requiere de un delicado acto de balancear ambas y toda la compleja red de consecuencias que implican. Sin embargo, en la realidad muchas veces nos vemos obligados a priorizar unas sobre otras y muchas veces nos hacen creer que tenemos que elegir o la una o la otra, como en la pregunta inicial de esta columna.
Personalmente, soy firme defensora de las libertades individuales y entiendo que para garantizarlas y ejercerlas de manera beneficiosa es necesario estar conscientes de que el ejercicio de libertad implica responsabilidad, consideración y reflexión. Por ejemplo, la libertad de expresión implica que puedo decir lo que pienso, pero sobre todo implica que tengo que escuchar lo que otros tienen que decir. También implica que tengo que aceptar que todas las libertades individuales que yo tengo las tienen también todos y cada una de mis conciudadanas y conciudadanos. Cuando se trata de justicia aplica el mismo principio. Si yo espero ser tratada de manera justa (no solamente por las instituciones) debería ser capaz de tratar de manera justa a los demás.
Así de simple. En la práctica, este principio tan simple no le resulta nada simple a la mayoría y ahí empiezan los problemas. La democracia con todas sus bondades para los ciudadanos, no es nada fácil.
Quizás nuestro problema es que estamos esperando que con tener un sistema democrático –tenemos candidatos, votamos en elecciones-- todo lo demás debería darse automáticamente: la garantía de nuestros derechos ciudadanos, el desempeño adecuado de las instituciones, el comportamiento adecuado de las autoridades y funcionarios, etc. Los problemas que enfrentamos como sociedad (la delincuencia, la violencia, el narcotráfico, la corrupción) son producto de las acciones de “los otros”, porque siempre va a haber delincuentes, aprovechados y “antisociales” en todas las sociedades.
La vida cotidiana en democracia no es así de simple. Después de haber votado, nuestro trabajo como ciudadanos continúa. Por cada infracción que cometemos y coima que pagamos, por cada ventaja que buscamos ilícitamente por encima de nuestros ciudadanos (aunque sea colarse por delante de otros o pasarse en rojo) estamos ayudando a pincharle un huequito a los principios de la democracia. Igual por cada pregunta que no nos hacemos. Si tuviera que elegir entre libertad y justicia, ¿cuál elegiría usted?
El 57 por ciento de la población en las tres áreas metropolitanas más grandes del país elige libertad y 43 por ciento elige justicia. El 94 por ciento de la población considera importante que los tribunales de justicia garanticen un juicio justo para todos; más del 90 por ciento también considera importante solucionar el problema de retardación de justicia. Y sin embargo casi el 50 por ciento de la misma población considera que los delincuentes y los presos no deberían tener los mismos derechos humanos que los demás y otro tanto considera que la justicia por mano propia es comprensible. Nuestro trabajo no acaba con decir que nos parece importante cuando no estamos dispuestos a ejercerlo.
Esta verdad es más relevante ahora de frente a la reforma del sistema judicial. Es nuestra oportunidad de no dejar el trabajo a medias. Pregúntese qué tipo de justicia quiere. Exija a los que van a decidir que se pregunten lo mismo. No se contente con que lo dejen sin respuesta.
La autora es socióloga, Ph.D. en Ciencia Política.
Coordinadora de Investigación Social en Ciudadanía.
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