Un magnate en tierras de pobreza
Bolivia no es un país “tan solo en su agonía”, como dijera el poeta. Es también la tierra de contrastes y de paradojas. El otro día la televisión mostró una escena dramática y surrealista. La plaza Murillo fue cercada con rejas metálicas y alrededor se apostaron los verde-olivos con “químicos” en la mano. La dictadura militar no hizo tanto. Después, un jefe policial de rostro pétreo afirmó que no hubo gasificación. De haber, sí hubo: los discapacitados gasificaron a los policías.
La indignación aguza la memoria: El Estado Plurinacional es donde a diario se produce el “paro movilizado” para bloquear, donde se utiliza la democracia como disfraz para ejercitar el autoritarismo, donde las palomas disparan a las escopetas, donde la amnesia convierte a la exenamorada en sólo “cara conocida”, o hace mentir: “no la conozco; nunca la he visto”, como a un siniestro personaje de la politiquería; donde, en fin, los oficialistas pueden ser racistas y discriminar; para los otros se ha dictado una ley (la 045) que les prohíbe seguir discriminando.
Hace como un par de años, en el aeropuerto de Seúl (Corea del sur) los periodistas no podían creer que de un lujoso avión descendiera el presidente de un país conocido en el mundo como el más pobre y atrasado del planeta. Cuando le preguntaron cómo se explica ese contraste, respondió: “la supuesta pobreza de Bolivia es un invento del imperio y de la “derecha”. A lo que nosotros añadimos: con “Evo cumple” es cierto que vuelan otras moscas; que la nueva burguesía cocalera es una realidad.
A semejanza del Egipto faraónico, donde se construían palacios para sus reyes y templos para sus dioses, todo a gran escala, para la memoria de los siglos, así sucede hoy en Bolivia. A sólo un decenio ya vivimos en la Suiza prometida; el satélite “Túpac Katari” ronda por el espacio cósmico; el extravío de las barcazas es un cuento chino; está en auge la veleidad onerosa del Dakar, y también un plan para la energía nuclear, igual que en los países ricos; el museo de Orinoca, un monumento a la vanidad. Y como de yapa, los megaedificios en ejecución. Todos, de factura millonaria, son sólo una referencia parcial.
Desde la marcha voces enronquecidas gritaban: “¡Evo, dónde está la plata!” ¡Ese fardo millonario que recibiste, dónde está! Hay datos que abonan la pregunta. Morales y sus huestes manejaron más dinero que cualquier Gobierno del pasado; ésa es la referencia válida para comparar. El descomunal despilfarro, la corrupción galopante, la mediocridad ministerial que provoca bloqueos y la impavidez cínica para mentir, son algunas de los rasgos que se perciben.
Y la maniobra se repite. Cuando el diálogo se dificulta, el paralelismo es un recurso eficaz. No falta quien quiera venderse por poca cosa. Hay que dividir como a los indígenas del oriente, y firmar el convenio con los traidores. Dividir a las organizaciones disidentes es la especialidad política del Gobierno. Y operativamente, la cosa más sencilla.
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS