¿Podrán demócratas y republicanos curar sus heridas?
WASHINGTON, DC – Las competencias para nominar a los candidatos de los dos partidos políticos principales de Estados Unidos (demócratas y republicanos) están casi terminadas. Ambos se enfrentan ahora al desafío de reunificarse para la próxima campaña presidencial, hazaña que será mucho más difícil de lograr este año que en la mayoría de las otras elecciones.
Si bien es matemáticamente imposible que Bernie Sanders obtenga suficientes delegados para conseguir la nominación por los demócratas, aún sigue en carrera, lo cual implica que Hillary Clinton todavía no puede empezar a trabajar en curar las heridas. Pero ganarse el apoyo de los millones de votantes que respaldan fervientemente a Sanders supone un gran desafío. Sanders no es un simple adversario, sino líder de un movimiento que se opone a lo que Clinton y el “establishment” representan.
La competencia entre Clinton y Barack Obama en 2008 pareció saldarse en términos bastante amigables. Si bien Clinton permaneció en carrera hasta el final, conforme la competencia se acercaba a su fin fue bajando el tono de su retórica contra Obama. El día de la nominación, Clinton tuvo el gesto poco habitual de ir a la convención demócrata a pedir el apoyo unánime del partido a Obama.
Pero los esfuerzos de 2008 para unir al Partido Demócrata no salieron tan bien como puede parecer. Aunque los candidatos decidan ser magnánimos en la derrota, no siempre es tan fácil reconciliar a sus seguidores. Las tensiones entre algunos de los más acérrimos partidarios de Clinton y Obama perduraron años después de 2008.
Un modo de unir a las facciones del partido es que el ganador seleccione a su rival como candidato a la vicepresidencia, como cuando John F. Kennedy eligió a su otrora feroz oponente, Lyndon B. Johnson (unión que no terminó bien). Pero Clinton no va a hacer lo mismo con Sanders, quien no está temperamentalmente preparado para el papel de subordinado y tiene con Clinton diferencias propositivas surgidas de visiones muy distintas respecto de la función del gobierno federal.
Es probable que cuando Obama eligió a Clinton como su primera secretaria de Estado, no fuera solamente por la evidente inteligencia de la designada, sino porque era mejor tenerla dentro que fuera del Gobierno. Aun así, la lealtad de Clinton no fue absoluta. En su libro Decisiones difíciles, disparó algunos dardos contra el manejo de la guerra civil siria por parte de Obama, y durante su campaña se distanció a veces de las políticas del actual presidente. Pero es seguro que en cuanto Sanders esté fuera de competencia, Obama hará campaña decididamente por Clinton.
Sin duda Sanders intentará obligar a Clinton a incluir ciertas cuestiones en la plataforma política del partido para la elección de 2016. Durante la campaña por la nominación, consiguió mover a Clinton un poco más a la izquierda en temas como el comercio internacional, el salario mínimo y la encarcelación masiva. Pero hay un límite a lo que ella puede ceder sin perder votos de los independientes en la elección general.
Si bien las propuestas de Sanders gozan de respaldo (particularmente entre los jóvenes), gran parte de su programa (como transformar Obamacare en un sistema de salud universal financiado con impuestos) es políticamente inviable. Tampoco es factible una división legal de los gigantes bancarios de Wall Street.
Además, Clinton y Sanders todavía se sacan de quicio mutuamente. Hillary y su marido, Bill, están molestos con Sanders por seguir en campaña (aunque ella hizo lo mismo en 2008) y por no moderar las críticas a sus antecedentes. Son cosas que los candidatos no suelen olvidar.
Aunque los republicanos se relamen con la posibilidad de que Clinton sea acusada formalmente por haber tratado asuntos oficiales (siendo secretaria de Estado) a través de una casilla de e‑mail privada, es poco probable que la fiscalía consiga probar que fue un acto ilegal deliberado. Pero el escándalo del e‑mail señala algunas de las razones por las que Clinton no agrada a la gente: por decirlo en términos piadosos, se mostró evasiva al responder cuestionamientos a lo que innegablemente fue una imprudencia, y eso desgastó su reputación durante la campaña.
Es verdad que Clinton tiene muchos partidarios decididos, pero sus dos campañas presidenciales adolecieron de cierta falta de pasión. El mayor peligro al que se enfrenta en la elección de noviembre es que demasiados demócratas no se molesten en ir a votar. Su campaña depende de que Donald Trump actúe como elemento unificador del partido, algo que bien puede suceder; pero aun así Clinton tiene ante sí una tarea difícil, especialmente con los jóvenes y los que votan por primera vez, que respaldaron mayoritariamente a Sanders.
Para los republicanos también será un problema unirse en torno de Trump (quien prácticamente ya es el candidato del partido). La mayor parte de los funcionarios electos republicanos lo consideran demasiado ignorante y presuntuoso para ser presidente. En una encuesta a votantes republicanos realizada a fines de abril, el 40 por ciento respondió que no apoyaría a Trump en la elección general.
Los republicanos también temen una derrota de Trump tan aplastante que les cueste el control del Senado y reduzca su mayoría en la Cámara de Representantes. Por eso muchos no saben qué hacer con él. Algunos hacen malabares diciendo que apoyan a Trump pero no lo avalan. Los dos expresidentes Bush, padre e hijo, declararon que no participarán en la campaña.
Por primera vez en la historia de Estados Unidos, los candidatos de los dos partidos recogen más desaprobación que apoyo en todo el país (aunque Trump más que Clinton). No es una base muy buena para iniciar la próxima presidencia.
La autora es periodista y escritora estadounidense.
Columnas de ELIZABETH DREW