La comunidad
Pareciera que hemos ingresado en un tiempo de desesperanza, luego de haber vivido un apasionante proceso de reconstitución social, que ahora se ha vaciado de contenido. Ya el papa Francisco nos advirtió, en su visita al país el año pasado, sobre ese peligro que hoy parece haberse convertido en realidad
Como todas las fiestas que celebra la Iglesia Católica, la de hoy, Corpus Cristi, no sólo tiene una simbología religiosa sino que expresa una realidad universal. Obviamente, los católicos, hombres y mujeres, siguen estas celebraciones con fe y visión de trascendencia, y en un marco de unión en la diversidad.
Es que el ser humano, eminentemente gregario, tiene necesidad de la comunidad para alcanzar sus metas. Sabe que solo no podrá hacerlo, menos “en contra”. Por ello, desde siempre ha buscado mecanismos de relacionamiento cada vez más complejos. Sin embargo, siempre está presente el peligro de la regresión que se presenta cuando grupos de poder tratan de subalternizar a las personas en función a propuestas que aparentemente son de interés común. Así, se han presentado los mayores desastres de la historia de la humanidad. Es decir, las circunstancias que obstaculizan la buena interrelación humana son los semilleros de conflictos violentos y disgregadores.
Probablemente estamos viviendo tiempos de esa naturaleza. La violencia, los atentados al medio ambiente, el drama de los refugiados, el tráfico y trata de personas, la inmigración forzada, la concentración de la riqueza, los instrumentos de control de la economía, la política y la cultura que excluye a amplios grupos humanos, el fenómeno de la producción, tráfico y consumo de drogas ilegales, el consumo desmedido, la corrupción son indicadores de la ausencia de objetivos comunes.
Obviamente, no sólo vivimos tiempos de oscuridad. El desarrollo de la tecnología, el mayor acceso a la información y la comunicación, la toma de conciencia de los derechos y deberes que tenemos por el mero hecho de ser seres humanos, son importantes factores que permiten tener, en un mar de pesimismo, la esperanza en que se podrá enfrentar los males que asolan al planeta y recuperar fuerzas para construir un mundo cada vez mejor.
En lo que nos toca, pareciera que hemos ingresado en un tiempo de desesperanza, luego de haber vivido un apasionante proceso de reconstitución social, que ahora se ha vaciado de contenido. Ya el papa Francisco nos advirtió, en su visita al país el año pasado, sobre ese peligro que hoy parece haberse convertido en realidad: “Aquí en Bolivia he escuchado una frase que me gusta mucho: “proceso de cambio”. El cambio concebido no como algo que un día llegará porque se impuso tal o cual opción política o porque se instauró tal o cual estructura social. Dolorosamente sabemos que un cambio de estructuras que no viene acompañado de una sincera conversión de las actitudes y del corazón termina a la larga o a la corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir. Por eso me gusta tanto la imagen del proceso, los procesos, donde la pasión por sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados inmediatos. La opción es por generar proceso y no por ocupar espacio”.
Aprovechemos, pues, de una celebración como la de hoy para ver nuestra realidad y revitalizar nuestra esencia gregaria, en un marco de respeto, tolerancia y unidad.