La vida de los otros
“La vida de los otros” es el nombre de una película alemana estrenada hace 10 años que muestra un retrato de un momento en la historia de la Alemania Oriental en la que los ciudadanos no podían expresar libremente sus opiniones y pensamientos. En esta semana pasada he recordado mucho esta película triste que deja un mal sabor en la boca, pero que es necesaria porque recuerda al espectador la importancia de las libertades individuales de pensamiento y de expresión.
Desde hace años me dedico a hacer encuestas de opinión pública. Este trabajo me permite entablar una suerte de conversación con individuos en áreas urbanas y rurales de todo el país que tienen la amabilidad y el interés de dedicar tiempo a contestar preguntas y a pronunciarse sobre diferentes temas. En estos años hemos “sostenido conversaciones” sobre temas de la más diversa naturaleza, desde las percepciones sobre la calidad de los servicios públicos, inseguridad ciudadana, el problema de la violencia contra las mujeres, valores ciudadanos, la calidad del medio ambiente, el desarrollo regional, etc. En esas conversaciones he aprendido que los bolivianos son generosos con su tiempo y que para saber su opinión basta con preguntarles.
Esta información, una vez procesada y sistematizada, nos permite entablar un diálogo más amplio sobre la realidad de la vida en Bolivia, con otros grupos de la sociedad que comparten las mismas preocupaciones y realidades y que comparten también la noción de que la opinión pública es fundamental para enriquecer el diálogo nacional sobre todos los temas que son de importancia para mejorar nuestra calidad de vida.
Para que la información recogida de la opinión pública sea verdadera y las conclusiones y el diálogo que entablamos a partir de ella sea útil, es vital que las personas participen en las encuestas libremente, voluntariamente y sin reparos, mientras los que recogemos esta información debemos garantizar el anonimato y el manejo ético de la información proporcionada.
Esta última semana, trabajando en otra encuesta, he tenido una nueva experiencia que se está haciendo más regular desde hace un par de años. ¿Quiere encuestar a la población? Tiene que pedir permiso a los dirigentes, tiene que informar a las autoridades, tiene que explicar a los dirigentes y autoridades por qué y para qué está haciendo las preguntas que está haciendo y cruzar sus dedos para que las preguntas les parezcan adecuadas, porque si no es así, entonces no puede hacer su encuesta. Excepto claro, si sus preguntas son sobre jabón, shampoo, refresco o cerveza.
En otras palabras, los ciudadanos ya no tenemos la libertad de hablar con otros ciudadanos sobre cualquier tema. Si está haciendo preguntas, es sospechoso, tanto para los dirigentes y autoridades como para los vecinos. Las encuestas tienen que ser transparentes en cuanto a sus objetivos, pero también son voluntarias. Si no quiere participar, nadie lo puede obligar. Pero tampoco puede restringir la participación de otras personas bajo un cierto manto de autoridad, ni obligar a sus vecinos a no participar, creando sospecha y miedo de represalias.
Ya no vivimos en la época en que nos repartían boletas de colores para depositar en las urnas sin importar nuestra preferencia personal. No nos pueden repartir ahora boletas de colores para tener opiniones coordinadas ni nos pueden tachar de sospechosos porque hacemos preguntas en pleno ejercicio de las libertades individuales que nos garantizan el derecho a preguntar y responder lo que queramos cuando queramos.
La autora es socióloga, Ph.D. en Ciencia Política y coordinadora de Investigación Social en Ciudadanía.
Columnas de VIVIAN SCHWARZ-BLUM