Oda al Estado corporativo
Una de las dimensiones de nuestra política muy poco estudiadas y que es tomada en cuenta con una carga peyorativa negativa es justamente la parte informal. A pesar de que el país se mueve en términos económicos en más del 80 por ciento en dicha parte informal, así también funcionan las relaciones en política.
Hablar de lo corporativo hoy día a la vista de nuestra coyuntura política me retrotrae por sesgo de formación politológica al Estado italiano pre y pos Maquiavelo. Un Estado caracterizado por la confrontación de grupos organizados que hacían de este país un verdadero mosaico de corporaciones enfrentadas en las que según el rubro económico predominante de cada provincia era dirigido de una o de otra forma.
Una de las alternativas para construir Estado Moderno bajo este panorama estuvo presente a través de la lógica de que ya que eran un Estado altamente corporativizado entonces se alentaba a que los ciudadanos puedan pertenecer a más de una corporación (Putnam, 1993), de esta forma se garantizaba que estos grupos se vinculen más con intereses comunes y se puedan tender puentes que sirvan en caso de verdaderas alteraciones en el sistema político.
Por otra parte, entiendo que existan lecturas críticas al respecto y no es para menos, porque venimos arrastrando un razonamiento que vincula corporación con algo que atenta al sistema democrático, cuando no nos damos cuenta de que probablemente estas relaciones corporativas sean quizá lo que ha asegurado cierta estabilidad o incluso cierta tregua temporal entre nosotros para no detonar en guerras civiles como otros casos.
Tampoco hay que olvidar que nuestra lectura de lo corporativo es según dónde nos toca jugar coyunturalmente, es decir, si beneficia o no. Entonces tomaré una posición al respecto, cuando lo que se ha hecho en este país es fomentar un sistema basado en lo que algunos llaman como relaciones informales de orden de acceso limitado, que consiste en que una coalición de élites en busca de rentas utiliza su poder político para impedir la libre competencia tanto en la economía como en el sistema político.
El ejemplo perfecto para este caso es la minería: hace 20 años atrás como mínimo para ser parte de la explotación minera no era posible si es que no se tenía un apellido importante y respaldo económico por detrás, hoy día para ser miembro de los cooperativistas mineros uno debe convivir con esta organización desde la línea de sangre pasando por todas las otras actividades que les involucran, aunque se posea capital suficiente si uno no tiene aval o permiso del grupo corporativo no puede ejercer ninguna función de explotación; pasaba antes y ahora, sólo que la coalición de élites es distinta.
Dado entonces que hoy pareciera ser que nos encontramos reviviendo rutinas permanentes en este aspecto corporativo, volviendo al país cuna del renacimiento deberíamos recordar algo que uno de los más grandes florentinos aconseja para casos como este, Maquiavelo dixit: aquellos que aconsejaren a un príncipe han de temer que él tenga alguien cerca de sí quien, en tiempo de paz, deseare la guerra, por no poder vivir sin ella.
La lógica de que la política es conflicto y oposición es correcta pero se debe calibrar y alertar a aquellos que en momentos en los que necesitamos calma y reflexión incitan al enfrentamiento porque quizá teman ser descubiertos por algo. Finalmente, debemos dejar a un lado aquella mentalidad oenegeísta que establecía que la respuesta estaba en la revisión normativa de las políticas públicas antes que incidir en la parte operativa que hace a lo que somos los bolivianos en nuestra rutinaria y característica de cultura política propia.
El autor es politólogo
Columnas de MARCELO AREQUIPA AZURDUY