Ruegos a la “mamita” de Urkupiña
En ocasión de celebrarse la festividad anual, todos los creyentes oraron con ferviente devoción a la Virgen; el que esto escribe también. ¿Pero qué ocurrirá en el interior de las conciencias? Sólo se ve la manifestación externa, mezclada con otras actividades “non sanctas” ni tan devotas como el comercio, el consumo de bebidas alcohólicas y la presencia de los políticos. Hasta los ateos simulaban ser cristianos. Quillacollo vivió intensamente esos días; parecía ser un templo abierto: inmenso, polícromo y musical.
Es tradición que muchos se lleven piedrecitas con la fe de que al año, o dentro de ese lapso, se produzca el milagro de convertirse en el bien implorado. Es fama que eso sucede en verdad. Aunque hay algo de espurio en ese interés utilitario, nos inclinamos a creer que es una representación simbólica de la esperanza; por eso tienen una significación especial. Al año se vuelve para agradecer la bendición recibida.
La mayoría asiste con profunda fe religiosa. Son creyentes de entereza moral. En su oración ruegan a la Virgen su ayuda para ser más buenos y más cristianos, a prueba de las contingencias de la vida. Conscientes de que están de paso por este “valle de lágrimas”, no rehuyen la sagrada consigna de “Niégate a ti mismo, alza tu cruz y sígueme”; y le siguen por ese camino de calvario que es a veces la vida o el de las tentaciones en el desierto. Así como venció Cristo, vencerán…
Los políticos (no todos) pertenecen a una rara e involucionada especie humana. Vienen a exhibirse a los micrófonos y las cámaras con el propósito vedado de actuar como si fueran también devotos; hacen o dicen cualquier cosa por ellos mismos. Llevan en el rostro la máscara de una sonrisa ficticia. Se los ve persignarse y hasta parece que rezaran el “padre nuestro”, pero nunca practican; son los que ejercen el poder con crueldad; ignoran la suprema paz que depara el saber perdonar. Son ateos constitucionales. Su obsesión es mantenerse en el poder. Eso han debido pedir secretamente a la Virgen. Cuando dejen de ser autoridades, sería bueno que vuelvan, pero con humildad, de incógnitos, como cualquier ciudadano de a pie.
A pesar del “proceso de cambio”, no han cambiado. La pluma de Azorín, de hace un siglo, los retrata así: “No hay cosa más abyecta que un político: un político es un hombre que se mueve mecánicamente, que pronuncia inconscientemente discursos, que hace promesas sin saber que las hace, que estrecha manos de personas a quienes no conoce, que sonríe, sonríe siempre con una estúpida sonrisa automática”. (La voluntad, 1902).
A fines de los años 90 del siglo pasado, un destacado periodista y director de radio definía a los partidos políticos como “mafias organizadas para delinquir”. Ante esa realidad, los que están hoy al mando del Estado Plurinacional dijeron que eran la “reserva moral del país”. Había sido una broma.
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS