La paz, por fin en Colombia
La voluntad de construir la paz en Colombia no sólo es un hito en la historia de ese país, sino que se constituye en un mensaje esperanzador para toda la región
Por fin, después de más de 50 años de violencia y cuatro de negociaciones, ha llegado a su punto culminante el proceso que condujo el Gobierno colombiano para lograr un pacto de paz con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
El escenario donde se dio las puntadas finales al acuerdo, como lo fue de todas las negociaciones, fue La Habana. Y no es casual que así haya sido pues desde sus orígenes y durante sus cinco décadas de vigencia, los vínculos entre las FARC y el Gobierno cubano fueron de lo más estrechos.
De todos los países latinoamericanos, e incluso africanos, donde Cuba intentó organizar focos guerrilleros para reproducir su propia experiencia, fue en Colombia donde tal experimento más profundamente se arraigó. Y aunque hubo muchos brotes guerrilleros, algunos de ellos exitosos, como los de Nicaragua y El Salvador, en ningún caso los ejércitos inspirados en el modelo revolucionario cubano tuvieron tanto poder como las FARC.
Dados esos antecedentes, es natural que haya sido en la capital cubana donde se dio fin a cinco décadas de enfrentamientos. Y es también coherente tal desenlace con el total agotamiento de la fórmula cubana, lo que ha dado lugar a un paulatino desmontaje de todo lo hecho desde enero de 1959, lo que incluye la expansión de la influencia cubana sobre el resto de Latinoamérica.
Por todo lo anterior, se puede afirmar que con la exitosa culminación de las negociaciones de paz se ha dado fin no sólo a una muy larga etapa de la historia de Colombia sino también de toda Latinoamérica. Con las FARC desaparece el último vestigio de una confrontación política e ideológica que sumió a gran parte de Latinoamérica en las más diversas formas de violencia.
Ahora sólo queda pendiente la ratificación de los acuerdos en un plebiscito en el que el pueblo colombiano tendrá que dar o negar su aval a los acuerdos alcanzados. Y no es un pequeño detalle el que falta, pues en ambos extremos del abanico ideológico todavía hay quienes no quieren la paz, porque con ella se limitan seriamente sus intereses políticos y económicos.
Probablemente el abanderado de esa posición es el exmandatario de ese país Álvaro Uribe, y no es un opositor débil; tiene fuerza política y expresaría también a quienes esta guerra interna significa un negocio de grandes proporciones y que tienen, a su vez, importantes relaciones internacionales con las corrientes más conservadoras de la región, que tampoco ven con buenos ojos el proceso de paz. Sin embargo, todo parece indicar que tales objeciones serán finalmente superadas, pues es contundente el apoyo a ese proceso de la población colombiana y de las naciones democráticas de la región y el planeta que, frente a los obstáculos que se han interpuesto.
En síntesis, la voluntad de construir la paz en Colombia no sólo es un hito en la historia de ese país, sino que se constituye en un mensaje esperanzador para toda la región, porque demuestra que cuando se da prioridad al interés del bien común y no a la ambición sectaria, cualquier escollo, por más grande que sea, puede ser remontado.