Con salvaje crueldad lo victimaron
Pocas veces hemos visto propagarse en el medio social, una reacción unánime de repudio e indignación, como por el asesinato del viceministro Illanes. Nadie ignora que no hay nada que valga más que la vida. Por eso un atentado a ella siempre significa un delito de lesa humanidad. Pero la masa actúa, bajo la sugestión de los caudillos, como bestia desaforada. En la persona del Viceministro vieron el perfil despótico del Gobierno ante el cual se sentían aplastados. Esa visión equivocada les arrastró al crimen.
Pero ¿por qué tuvo ese efecto distinto al de las otras muertes? Los que voluntariamente intervienen, saben que están expuestos a cualquier contingencia del azar o de una acción previsible del adversario. La dinamita fuera del ambiente laboral se convierte en arma. Los mineros estaban armados y furiosos por la muerte de sus compañeros; en ese momento inadecuado se presentó el Viceministro sin ser parte de la beligerancia. Se ha dicho que fue allí por iniciativa personal. ¿Se puede aceptar una decisión solitaria en un problema de tanta gravedad?
No es la primera vez que agentes del orden u otros, se exponen a una situación de inminente peligro. El auxilio llega tarde o no llega nunca. Era de esperar que sucesos como los de Epizana y Uncía fueran lecciones para no reincidir. Y no se aprendió. Lo tuvieron al Viceministro como rehén todo el día, y en tres momentos comunicó su situación amenazada, pero no se tomó una resolución rápida e inmediata como correspondía. La vida de un alto funcionario que cumplía una misión oficial estaba en peligro, y los que tenían la responsabilidad de salvarlo no hicieron otra cosa que llamar a conferencia.
Como es claro y notorio, la lucha es entre socios: cooperativistas mineros (Fencomin) y cocaleros en ejercicio de poder. Juntos disfrutaron de la bonanza del decenio. La mengua de las vacas flacas los enfrentó. Hubo un intercambio de golpes con sendas victorias. Del uno, en la Coronilla, con la ruidosa promulgación de una ley cuestionada. Del otro, con bloqueo de caminos y el asesinato del Viceministro en Panduro. Allí mismo, en 2003, una caravana de camiones cargados de mineros y dinamitas, tras obviar el resguardo militar, prosiguió su marcha hacia La Paz. En ese momento se decretó la caída de Goni y se abrió el acceso al Palacio Quemado para otra gente. ¿Se acuerdan? Ahora cobra sentido esta advertencia: “Evo, así como te hemos llevado, te podemos bajar”.
El fantasma del golpe al que se endilga una supuesta derrota, sólo existe como recurso evasivo, para aminorar el peso de la responsabilidad. Después del crimen, los mineros se replegaron por sí mismos; la Policía fue rebasada y no pudo desbloquear las vías. En otra perspectiva, quedó trunca la agenda para la que se buscaba el diálogo. Pero por distintas razones de interés político no es probable que el Gobierno se desprenda de Fencomin. Su conspicuo aliado, aunque díscolo y rebelde, aún le puede ser útil.
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS