Desnudos en el sofá
La semana pasada, redes sociales y periódicos se han preocupado de un tema relativamente banal, que sin embargo tiene una gran importancia. La campaña que ha iniciado una empresa publicitaria que atiende a una fábrica de sillones de cuero, donde se ha presentado una vez más, a una modelo completamente desnuda paseándose entre estos. Ha molestado tremendamente a los feministas y también a algunas personas que sin ser feministas sienten que se trata de una propaganda de muy mal gusto.
Conozco una tienda de esos muebles en el barrio en el que vivo y el problema de estos es que son bastante feos. Parece que no han logrado un diseño propio verdaderamente bello o que por lo menos no han copiado un diseño contemporáneo de buen estilo.
En México esos serían muebles nacos, en el Perú serían muebles huachafos. Aquí, a Dios gracias, se han expulsado algunas adjetivaciones por su contenido racista, por lo que sólo se puede decir que no son de nuestro agrado.
La publicidad hace juego con los muebles y es bastante aburrida, al menos lo que he visto en Youtube. Y aunque se puede entender el discurso feminista de la cosificación de la mujer, vale la pena recordar que esas son sólo posturas ideológicas que no encierran ninguna verdad absoluta. El desnudo de las personas, el desnudo en la publicidad o en el arte no tiene porqué implicar una degradación de la persona que se presta a una sesión de fotografías o a una filmación utilizando el traje favorito de los dioses griegos.
En las redes sociales han aparecido exclamaciones que sólo pueden ser consideradas mojigatas cuando no algo peor. Pretender que se comienza con un desnudo sobre un sofá y se termina en la trata de niñas y mujeres no puede más que ser tomado como un exceso absolutamente irracional.
Que una mujer publique que esa propaganda es una ofensa para ella y para todas las mujeres nos transporta a las conversaciones estereotipadas de las beatas de los años sesenta que se sentían de esa manera al ver a una chica andando en minifalda.
Ahora bien, la maravilla de estos tiempos es que con las redes sociales todo el mundo tiene derecho a opinar, inclusive las personas que se sienten ofendidas porque otra se quita la ropa. Las redes sociales, como lo hace el Gobierno, deben ser tomadas en serio pero tienen también una ventaja: el receptor de noticias y de opiniones puede también dibujar su propio mundo y deshacerse de opiniones que le resulten urticantes, sean estas a favor o en contra del desnudo.
Cuando ya toca preocuparse es cuando un colectivo político decide hacer un juicio a una empresa que utiliza desnudos en una publicidad. Y cuando se le tienen que parar a uno los pelos de punta al constatar que las leyes vigentes pueden castigar a alguien que hace una publicidad con desnudos.
Aquí no se trata de defender a la fábrica de muebles de marras ni a la agencia publicitaria. Se trata de defender algo verdaderamente valioso que no puede ser relativizado bajo ninguna circunstancia y mucho menos en estos atroces momentos que vivimos de incertidumbre respecto a la libertad de expresión.
Tiemblo al imaginar una sociedad que prohíbe los desnudos de la fábrica de sofás porque ese sería un parámetro atroz contra la libertad sexual de la gente. Sería un atentado contra la libertad de fomentar la cultura del cuerpo desnudo, que no sólo debe ser respetado como cualquier otro derecho, sino otro tipo de manifestaciones que hacen, reitero, a la libertad (sexual) de las personas.
La publicidad que tanto derrame de tinta ha causado puede ser vulgar, puede molestar, puede ser machista, puede lanzar mensajes equivocados para la gente que se considera sensata y puede causar reacciones adversas a los intereses de esa empresa, pero por nada debe ser objeto de un juicio o de una acción callejera.
Por lo demás, un poco de desnudos no hace daño. Ideal sería que la próxima propaganda de la fábrica en cuestión muestre un caballero retozando sin nada de ropa.
El autor es operador de turismo.
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ