Buscando entender la ola de feminicidios
Feminicidio. La palabra que está siendo mencionada con tanta frecuencia hoy en día.
Ojalá fuera una palabra más de nuestro vocabulario sin llegar a significar los delitos atroces que encierra en sí, ya que no sólo implica el asesinato o la muerte directa de mujeres sino también toda la violencia ya sea psicológica y física que antecede al desenlace final.
Tal parece que ahora sentirse “macho” no sólo equivale a estar con muchas mujeres, sino que se ha llegado a un grado de egocentrismo donde ser muy macho implica dar la muerte al ser que se considera de alguna forma más débil. Dentro la lógica de pensamiento que conlleva a esto sería “si el objeto de placer no reporta lo esperado lo mejor es deshacerse de él”.
Muchos casos reportados de mujeres que han muerto a manos de sus parejas o exparejas dan cuenta de lo anterior frente a situaciones de celos, discusiones familiares y otros asuntos que si bien no pueden ser controlados en su totalidad, no tendrían por qué acabar en violencia extrema y con un común denominador de víctima fatal: la mujer. Ahora bien, no sólo se habla de feminicidio en el contexto de una relación establecida o en manos de personas conocidas, sino también de desconocidas que de algún modo ven a la víctima como alguien incapaz de defenderse y esto a su vez les genera algún tipo de placer ya que les permite avanzar en su acometida morbosa.
En un contexto social donde la libertad está siendo usada hasta llegar a los límites más bajos del ser humano, al no obtener el control total sobre otro ser humano, podría decirse que el machismo sigue imperando. Por tanto seguimos aprisionados en torno a ello. Si bien con los años se ha podido avanzar con el tema de los derechos para las mujeres, de mayores oportunidades en los diferentes ámbitos, quien se siente más libre aun para cometer estos hechos es el victimador que no respeta la posición y la dignidad de su congénere, sino que pone de manifiesto su lado más débil (que para él es el más fuerte) porque recurre a tomar las armas más viles para defenderse, complacerse o contraatacar en una guerra que no tiene nada de equitativa. El victimador asume el papel de acuerdo a sus necesidades muy personales (ser comprendido, obedecido, valorado, etc.) y se autoposiciona en un lugar más alto que le da todavía más poder sobre su víctima. La victima de feminicidio parece ocupar el papel de “cosa desechable” que si bien alguna vez se puede “usar”, llegado cierto momento al no reportar ninguna utilidad, no sólo conviene hacerla a un lado, sino que no está mal darle de baja para siempre.
Y la gran ventaja añadida para este tipo de victimadores es que la ley y el castigo les llega tan lentamente o peor aún no les llega, así que uno diría: más libertad no puede haber. La sociedad ve alarmada las estadísticas de feminicidios, los gobiernos y organizaciones intentan hacer algo, tomar conciencia, se movilizan pero parece que al final no se está dando con el mal en sí, sino sólo tapando los síntomas de la enfermedad. Mientras tanto, en cualquier otro lugar, una mujer está empezando a ser víctima inminente de feminicidio. Mientras tanto entre los varones parece estar pegando la misma idea o circulando la moda de dar muerte a una mujer como si no fuera nada grave porque al final hasta las limitadas medidas de justicia no son un impedimento para ello, porque al final parecemos todos cómplices en cierta medida al patrocinar acciones y actitudes de sumisión e indiferencia.
No es que desearía que suceda, pero ¿llegará un día donde el androcidio (asesinato de varones) sea el tema del día? Me refiero a que sea un tema preocupante en la sociedad como lo es el feminicidio. Me refiero a que el género masculino sea víctima constante. Tal vez entonces sea porque se ha cambiado de algún modo los esquemas machistas de nuestras sociedades, o porque las mujeres se empoderaron por algún arte de magia y los roles cambiaron. Lo inaudito es que eso sigue pareciendo muy lejano.
La autora es lingüista.
Columnas de DIANA CORRALES