Los años grises de la democracia
No hace mucho, en octubre, se recordó 34 años de democracia. Esta cifra es casi exactamente un tercio de siglo, y por eso tiene cierta significación emblemática. Es el tiempo histórico de una generación. En ese lapso se definen caminos y situaciones para saber qué se hace o por dónde se va. Los que nacieron en los años 80 atraviesan por esa etapa; es cuando la vida obliga a asumir responsabilidades profesionales y ciudadanas. La generación sucedánea recoge la posta de la anterior y pone su sello propio en lo que hace.
El año 82 comienza la nueva etapa. Los políticos de izquierda con la UDP retomaron la democracia. Hernán Siles, una las pocas figuras ejemplares de la historia, llegaba al poder por segunda vez. Su coalición tenía al frente como acérrima enemiga la COB. Desde aquí combatió Lechín con saña al Gobierno constitucional hasta derrocarlo. Esa lucha entre partidos y sindicatos continúa hoy. El mal manejo de la democracia y la corrupción los sepultó a aquellos, igual que amenaza hacer ahora con los otros.
Al efectuar una especie de balance se repitió —como otras veces— aquella frase hueca que dice muy poco, nada: “Hay avances importantes, pero falta mucho por hacer”. La mayoría suele mencionar como conquista social la avalancha de los sindicatos al poder y la expansión hegemónica del oficialismo hacia el campo. Las masas nunca fueron incorporadas conscientemente a la democracia. “Los usos y costumbres”, donde el sujeto colectivo asfixia al ciudadano, no son sino la dictadura ejercida por los caudillos. Tal vez sea un avance para ellos, pero no para la democracia ni para el país.
Un sociólogo entusiasta, al ensalzar en su propia voz los supuestos logros del actual Gobierno, se ha referido a varios aspectos que sí están mencionados en la Carta de la Glorieta, pero no existen en la realidad. Le haría bien a ese señor y a otros panegiristas que alguna vez visiten una comarca, hablen con la gente; se encontrarán con el gesto autoritario del dirigente que notifica: “Aquí se vota en línea a favor de nuestros candidatos; es una resolución orgánica de asamblea”. Así es la práctica de la democracia comunitaria; no hay en los sindicatos campesinos otro tipo de democracia.
Se dice que otro avance fue la consulta previa a los indígenas. ¡No hubo tal! En su momento se propaló una retahíla cantinflesca para convencer que el “post” es previo y para suplantar la verdad con la mentira; pero ahí está la violenta intervención policial en Chaparina como testimonio fidedigno. Se afirma también que se respeta la democracia. ¿Y el 21 de febrero qué es? Se podría demostrar punto por punto la falsedad, pero un artículo no da para tanto. Es preciso añadir sin embargo que la “anomia social”, tan destructiva para la vida institucional del país, cobró mayor auge en el último decenio. El “meterle nomás” es cosa de cada día.
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS