Vergüenzas propias y ajenas
Para los que no se sienten avergonzados, permítanme recordarles que los problemas ambientales de Cochabamba son muy serios
Después de una breve ausencia, he pasado toda la semana pasada debatiendo sobre el tema de esta columna. Con pesar me he dado cuenta de que todos los temas actuales, relevantes o importantes que me llamaban a escribir tienen que ver con trapitos sucios y con vergüenzas ante las cuales muchos preferiríamos hacer de la vista gorda.
Se me mezclan los refranes y los adagios, pero siguiendo a Samaniego he optado por mirar la alforja que llevamos detrás, la de los vicios propios, y dedicarle esta columna a una de nuestras peores vergüenzas y dejar las vergüenzas ajenas (esas que sonrojan el norte por ahora) para otra ocasión.
¿Han ido últimamente a la laguna Alalay? Yo he ido hace un par de días. Adivinen qué. Iba a decir que da vergüenza, pero francamente esa frase se queda muy corta para describir el sentimiento de indignación, de vergüenza y de profunda pena que inspira el estado de esta laguna.
Para los que no se sienten avergonzados, permítanme recordarles que los problemas ambientales de Cochabamba son muy serios, pero no son culpa solamente del cambio climático o de la falta de agua. La culpa también es de todos los 632.013 habitantes de este municipio que entre todos nosotros no podemos mantener limpia y viva una laguna ni un río que cruzaba nuestra ciudad. Más de medio millón de habitantes no hemos podido proteger el único parque que mira y da aire a nuestra ciudad.
Por el contrario, resulta que los vecinos de la laguna salen a protestar por el olor y la contaminación que en gran parte resulta de la basura que ellos mismos botan y de la negligencia de las autoridades a las cuales muy pocos de los 632.000 habitantes exigen que finalmente se pongan serias y desarrollen un plan serio de rescate de la laguna y de mitigación de los efectos ambientales de la desaparición de un cuerpo de agua más en una región que ya está azotada por la falta de agua y por la baja calidad ambiental de la vida en nuestra ciudad.
Todos los cochabambinos deberíamos estar igualmente indignados al ver que la inversión y los esfuerzos de los Gobiernos municipales (el presente, el anterior y todos los anteriores) para manejar adecuadamente esta laguna y —a estas alturas— salvarla, son endebles y tibios en su mejor momento. ¿Es que quieren hacer una cancha o un polideportivo más o un mercado encima de la laguna?
Nuestra vergüenza es mayor si pensamos que somos 632.013 contribuyentes al debilitamiento y desaparición de especies de aves que tenían la laguna en su ruta migratoria, de aves que vivían en sus humedales, de peces y de plantas de las que ahora no queda nada más que el mal olor, la suciedad y el testimonio gris de nuestra vergüenza.
Salimos a protestar por el mal olor, pero no salimos a ayudar a limpiar, no salimos a recuperar la laguna como espacio verde y fuente de vida, como espacio familiar y como señal de nuestro respeto por la vida y la naturaleza.
Somos 632.013 constructores de una ciudad jardín con una laguna moribunda, un río altamente contaminado, especies animales amenazadas, árboles mutilados, aire contaminado y problemas severos de basura. Bienvenidos.
La autora es socióloga, Ph.D. en Ciencia Política. Coordinadora de Investigación Social en Ciudadanía.
Columnas de VIVIAN SCHWARZ-BLUM