Comandante
Hoy, cuando creo que soy más sabia, la palabra “comandante” me eriza los pelos. Soy demasiado atea y antimilitarista para tragarme un ídolo más
Es mucha ceguera histórica el negar los logros de la Revolución Cubana. Luego de una dictadura autocrática y sangrienta, nuevos vientos se respiraron en Cuba desde aquella madrugada de 1959, cuando despertó Santa Clara en el albor de la esperanza de días mejores. Siendo una revolución triunfante, consiguió reunir los requisitos sociológicos que, a juicio de Timothy Wickham-Crowley, eran cruciales para la toma del poder: el apoyo campesino, la fuerza militar y el respaldo de la población en Cuba, cansada de una historia de abuso y desigualdad. En ese sentido, no hay que subestimar algunas reformas que posicionaron a Cuba como ejemplo en América Latina, particularmente en lo que respecta al acceso a la educación y la salud, derechos que suelen ser insuficientes y prohibitivos en la generalidad de nuestros países.
No obstante, tal vez el fenómeno menos estudiado es la significación simbólica que trajo el éxito de la Revolución Cubana en América Latina y el mundo. Después de 1959, el mensaje fue claro: una revolución victoriosa era tangible en América Latina y que, a diferencia de la mexicana y la boliviana, dio el salto del nacionalismo al socialismo, por lo menos nominalmente. Ello implicó que en las décadas de 1960 y 1970, cual una efervescencia febril, proliferaran y se fortalecieran movimientos revolucionarios e insurgentes por Latinoamérica. Asimismo, en el resto de occidente, miles de jóvenes obnubilados por las ideas de justicia e igualdad que prometían las diversas variantes del marxismo y otras teorías rebeldes, fueron protagonistas de una especie de neo-renacimiento que tuvo correlato en la política, en la música y en las artes. Lamentable que en nuestra región, esa sacudida del sopor conformista haya terminado sofocada en sangre, a través de dictaduras militares que se instauraron con ese objetivo.
De esa manera, la Revolución Cubana fue esperanzadora, una señal de que la humanidad podía mejorar. Entonces, ¿qué hizo que se defrauden las expectativas? ¿Cuándo se transfiguró la Revolución del 59 en un Estado burocrático, corrupto, arbitrario, con rasgos autoritarios y donde la sucesión en el poder es nada menos que hereditaria?
Entre varios factores, ensayo una hipótesis que es una crítica a la mayoría de las corrientes de izquierda: Estamos acostumbrados a refugiarnos en caudillos, en héroes, en semidioses.
No en otra cosa trocamos a Marx, Lenin, Trotski, Mao y, en el tema que nos concierne, al Che Guevara y a Fidel Castro. Por ende, un tufillo verticalista y militar rodea a la izquierda, una necesidad de jerarquías rígidas y sofocantes, y de líderes indiscutibles a los cuales subordinarse y someterse. La consecuencia palpable son Gobiernos que heredan esa tradición. Regímenes amparados en la voluntad y en los caprichos de individuos que, como todo ser humano, son imperfectos y llenos de contradicciones.
El resultado es que la Revolución Cubana se ha transformado en sinónimo de Fidel Castro, y extinto el pinche mortal, abundan los que, con dolor o con euforia, dan por culminado ese ciclo. ¿Será que un proceso histórico y social complejo se ha trastornado de tal forma, hasta convertirse en otro Gobierno personalista y clientelar, al punto de fenecer si desaparece el caudillo?
Años atrás, muy probable que con la muerte de Fidel, hubiera entonado emocionada (y afligida) la singular canción de Carlos Puebla: “Se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó a parar”. Hoy, cuando creo que soy más sabia, la palabra “comandante” me eriza los pelos. Soy demasiado atea y antimilitarista para tragarme un ídolo más.
La autora es socióloga.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA