De lo tremendo a lo ridículo
Daría la impresión de que las tareas urgentes e importantes han quedado bien definidas: renovación completa del gabinete, dándole al de Medio Ambiente y Agua una función transversal; declarar las cabeceras de nuestras cuencas de aporte como reservas naturales y protegidas, proscribiendo toda actividad que afecte los recursos hídricos; reformulación del plan de inversiones, enfocándolo a la generación de empleo y descartando todas las obras vistosas y caras, incluyendo las megarrepresas en áreas boscosas; generación de hidroelectricidad en las zonas altas cordilleranas; supresión de los gastos de propaganda y publicidad estatal; consulta y deliberación para reformular el Plan de Desarrollo, priorizando la seguridad y soberanía alimenticia; supresión de todo tipo de gasto bélico; reconocer a las fuentes de agua, oxígeno y biodiversidad como estratégicas y cumplir la Constitución al pie de la letra, dejando de atropellar los derechos colectivos e individuales; reestructurar la administración de justicia y dejar de usarla como aparato de represión.
Incapaces de entender y atender las señales que emite la realidad, los hombres del Presidente, encabezados directamente por él, prefieren impactarnos con la noticia de que la vida del jefe del Ejecutivo estaría amenazada por una especie de adolescente ninja, que se “autodeclara en condiciones de asesinarlo, a cambio de asilo y protección de la Embajada de Estados Unidos para ella y su familia”. No resuelven nada e incrementan la percepción de que su deriva hacia lo ridículo es indetenible.
La denuncia de intentonas subversivas para silenciar y asustar ha sido sobreexplotada y perdido toda su eficacia. En un escenario marcado por la explosión de conflictos en múltiples frentes, todos los esfuerzos de los altos funcionarios por aparentar compostura e intimidar fracasan, uno tras otro. Ya sea el inusual gesto presidencial de pedir disculpas extemporáneas o las amenazas del Vice de que construirá cientos de represas, igual en las montañas que en las selvas, sazonadas con esa especie de sutil invitación a que nos vayamos a vivir a Italia, donde “hay más agua que árboles”. No asombran y menos asustan, aunque la máquina de producir querellas en que han convertido el Estado siga funcionando a todo vapor.
Los comentarios callejeros y los que se publican en cualquiera de las redes sociales virtuales han terminado por transitar de las quejas habituales a las risas amargas, propias de la burla inclemente.
Así como no pueden desviar la mirada acusadora del público, ni la febril agitación de toda la tropa de funcionarios, que corren desesperados para atenuar las consecuencias de la crisis del agua, o la corroída capacidad para seguir encontrando chivos expiatorios que desvíen el horror y el repudio producidos por la tragedia de la aeronave de LaMia, todos los intentos de los administradores del poder, incluyendo sus primicias de nuevas maniobras para lograr la reelección, caen en el vacío.
Su agenda extractivista y desarrollista funcionó mal en febrero, al perder la primera gran batalla del referendo, ahora sólo acumula tantos en su contra, cuando la sociedad asume que los satélites, reactores atómicos, palacios “del pueblo” y de los ministros, las enormes represas, llenas de jugosos negocios, devastadoras y carentes de compradores de energía, enredan y provocan problemas.
La sensación de que se encuentran furiosos, pero desconcertados, estimula la mofa porque, aún en medio de las tragedias y la frustración, sus intentos de rugir, cuando sólo cacarean, provocan risa antes que miedo.
Se sabe, desde luego, que pueden seguir arrestando y enjuiciando a quienquiera que los enfrente, pero ya no consiguen más cambiar el tono que impera entre las críticas. Esto no se atenúa, así sea un poco, ante la intuición colectiva de que la oposición partidaria no tiene alternativas y que comparte, más o menos, vergonzosamente, su mismo enfoque estratégico.
El no entender lo que es tan obvio hace que todos sus esfuerzos por imponerse abusiva y arbitrariamente, recurriendo a los mismos recursos de siempre, estén hundiendo el suelo bajo sus pies.
El autor es investigador y director del Instituto Alternativo.
Columnas de RÓGER CORTEZ HURTADO