La sed en tiempos de guerra y sequía
En diciembre recién pasado empezó a llover. Parece que al fin, San Pedro –poniéndose la mano al pecho, como quien dice– se apiadó de los sedientos. Sosegadamente, sin mucho ruido, pero con persistencia, fueron cayendo sobre la tierra polvorienta y calcinada esas “aguas venidas del cielo”, como decía Gabriela, el premio Nobel de 1945. Con todo, es sólo un paliativo coyuntural. La tarea olvidada se mantiene incólume. Y notifica: “Déjese ya de canchitas; atienda los servicios básicos; sea bueno de verdad”.
Como se recordará, al empezar el nuevo milenio hubo disturbios por el agua. Se habló –y no con mucha propiedad– de una tal guerra. Los demagogos se lucieron en las calles conduciendo a una turba exacerbada. Y un mandatario habría preguntado: “¿quieren agua o Misicuni? “queremos el mega, el mega proyecto”. Después, una radio emisora difundió esta sarcástica ironía: “ganaron la guerra, pero perdieron el agua”. Y en verdad, el proyecto de Aguas del Tunari se esfumó, y el famoso “múltiple” sigue siendo un sueño oneroso y lejano.
Bolivia es el estupendo país de las guerras falsas: La Guerra Federal (1899) nunca fue tal, y la guerra del gas (2003) fue una gran mentira. Pero la rebelión se contaminó. ¿Cómo podía quedar fuera del circuito belicoso el Chuquiago Marka? Pues no, a semejanza de los cochalas, los paceños también hicieron su propia guerra para expulsar a “Las aguas del Illimani”. Y el problema sin resolver fue ignorado por la estulticia burocrática. Pero como no hay mal que por bien no venga, a las autoridades la sequía les permitió descubrir que el agua es una necesidad prioritaria. Antes no sabían.
Así sea “estúpida”, como se la ha tildado, aquella del Chaco fue una guerra de verdad. Tres frases la condensan: Infierno verde, Boquerón abandonado y el corralito de Villa Montes: pesadilla, heroísmo y vergüenza. Pero la característica más notoria fue la carencia de agua. Bajo un sol de fragua y sobre la arena reseca, la sed fue un enemigo invisible, pero el más atroz. No pocos prefirieron auto eliminarse que soportar el “horrible tormento de la sed”. El actual presidente del Paraguay, Horacio Cartes, la redefinió como la “guerra de la sed”.
El dolor se dignifica con el arte. Esos 50 mil jóvenes que no volvieron del Chaco dejaron tristeza y desolación. Hay una inmensa bibliografía; pero el tiempo, ese juez supremo e inapelable, ha seleccionado un cuento y una novela. En “El pozo” (cuento), Augusto Céspedes narra la angustiosa obsesión por encontrar agua, y el otro Augusto, Augusto Roa Bastos, con “Hijo de hombre” (novela) inscribió a su país en el atlas mundial de las letras. En Bolivia, a nuestro juicio, la mejor expresión artística de la tragedia no está en la literatura sino en la música. La cueca Infierno verde, canta: “Aunque hay llanto en tus ojos, para llorar mi partida; no llores mientras la vida, deje un minuto al amor…”.
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS