El Dakar y la autoestima nacional
Si todo se reduce a una cuestión de autoestima nacional, nos preguntamos si no habrá una fórmula más digna y menos onerosa de someternos a la psicoterapia colectiva que, como se deduce de las versiones oficiales, tanta falta nos hace
Aunque aún quedan algunos días antes de que la versión 2017 llegue a su fin, pues el tramo final se realiza en territorio argentino, ayer ha concluido la participación de nuestro país como escenario principal del rally Dakar. Y, como en años anteriores, este espectáculo ha dejado a su paso abiertas muchas interrogantes sobre la relación y los costos y beneficios y sobre las verdaderas razones e intereses que promueven su repetición anual.
Los primeros balances han sido, como ya es habitual y era de esperar, sumamente positivos. Los ejecutivos de la empresa organizadora de la competencia han expuesto sin ahorrar adjetivos elogiosos su satisfacción por los resultados obtenidos y aún mayores han sido las expresiones de satisfacción expuestas por su contraparte boliviana, representada por los ministerios de la Presidencia y de Culturas, y nada menos que por los dos primeros mandatarios que le dieron al rally la talla de un asunto de Estado.
Más allá de tales expresiones sólidamente respaldadas por cálculos pecuniarios, en un caso, y políticos en otro, no hay —por lo menos por ahora— elementos de juicio para ejercitar una evaluación objetiva porque ningún informe oficial da cuenta de los saldos que esta competencia deja a su paso por el territorio nacional.
A pesar de ello, o más bien precisamente por eso, tampoco varían año tras año los motivos para cuestionar el desproporcionado lugar que el rally Dakar ha pasado a ocupar en la agenda gubernamental anual. El principal de ellos, pero no el único, es que en nombre del deporte y la cultura se desvíen varios millones de dólares que sin duda podrían tener mejor destino en cualquiera de ambos rubros.
Ese sólo hecho ya da suficiente base para los cuestionamientos pues esta competencia no es reconocida por ninguna organización deportiva oficial y en cambio es aclamada en el mundo del “show business” internacional como uno de los más rentables negocios del rubro del espectáculo y la publicidad dirigida a los mercados de consumo suntuario más elitistas del mundo. Es decir, en ninguna otra parte del mundo se le atribuyen cualidades deportivas y mucho menos culturales.
Sin embargo, y más allá de esas consideraciones, no puede dejar de considerarse el principal argumento esgrimido por las autoridades gubernamentales para justificar el entusiasmo y la prodigalidad con que una vez al año dedican varios millones de dólares provenientes de los presupuestos de cultura y deportes a patrocinar esta competencia espectacular. Nos referimos a la afirmación según la que el rally Dakar bien vale lo que cuesta porque “eleva la autoestima” de los bolivianos.
Se trata, como es evidente, de un argumento de primerísima importancia que bien merece una atención especial por sus múltiples implicaciones sociológicas, antropológicas y psicológicas. Sin embargo, asumiendo que sea ese el verdadero rédito que dejan los bólidos motorizados a su paso por el territorio nacional, cabe preguntarse si tan mala será la percepción sobre nuestra propia valía que, 11 años después del “proceso de cambio”, no podemos buscar una fórmula más digna y menos onerosa de someternos a la psicoterapia colectiva que, como se deduce de las versiones oficiales, tanta falta nos hace.