Tras los pasos de Somoza
Ayer, la pareja conformada por los esposos Daniel Ortega y Rosario Murillo juraron como presidente y vicepresidente de Nicaragua respectivamente, en un acto que marcó el inicio de una nueva gestión presidencial, de la segunda década consecutiva de Gobierno del otrora comandante sandinista y de la consolidación de una dinastía muy similar a la de Somoza.
El acto de ayer tuvo como principal antecedente el sistemático desmantelamiento del andamiaje institucional nicaragüense, lo que ha hecho posible que un clan —el de los Ortega-Murillo— y el estrecho círculo de sus más obsecuentes colaboradores, se haga del control monopólico del poder político. Y con él, como lógica consecuencia, del poder económico.
Es verdad que, desde el punto de vista de las formalidades, los esposos Ortega Murillo obtuvieron una amplia mayoría en las urnas. Pero se trata de un triunfo muy parecido al que obtuvo Anastasio Somoza Debayle en las elecciones de 1974, en unas elecciones que, como las que ganó Ortega, fueron previamente despojadas de toda legitimidad.
Las similitudes no terminan ahí. También los asemeja la manera atrabiliaria como los Somoza y los Ortega, con sus respectivos sostenes militares, se apoderaron de la economía nicaragüense borrando los límites entre lo público y lo privado para reducirlo todo a un negocio familiar.
No menos importante es que comparten la mirada despectiva del resto del mundo, como lo deja entrever que hayan sido sólo tres presidentes los presentes en la entronización: los de Bolivia y Venezuela, además de Tsai Ing-Wen, la presidenta de la China Taiwán. Esto último es un detalle que, dado el contexto geopolítico mundial, adquiere una inusual importancia.