Incertidumbre y temor
Nunca, en la historia contemporánea, el relevo presidencial estadounidense había provocado una peligrosa mezcla de incertidumbre y temor como lo hace la toma de posesión de Donald Trump
Nunca, en la historia contemporánea, el relevo presidencial estadounidense había provocado una peligrosa mezcla de incertidumbre y temor como lo hace la toma de posesión de Donald Trump, tanto dentro los propios EEUU como en el planeta y, además, en todo el abanico ideológico, con la excepción de los sectores más conservadores, racistas, retrógrados y provincianos que existen en el mundo y que, lamentablemente, han comenzado a pulular.
Hasta ahora, el relevo presidencial estadounidense provocaba razonables reacciones a favor o en contra del nuevo mandatario y su partido porque se conocía la ideología que representaba y sus propuestas de gobierno, difundidas a lo largo de las campaña electoral interna. En el campo internacional, además, si bien primaba la tendencia a respetarse la tradición diplomática, los matices que cada nuevo presidente introducía no afectaban la raíz de la acciones de la potencia. Probablemente algo comenzó a cambiar en este sentido con la posesión del George Bush hijo y su invasión a Iraq.
En cambio, con el mandatario que ha sido posesionado como Presidente de EEUU no se puede prever el curso de sus acciones. Por ello, nace un justificado temor. Ello es consecuencia de que su campaña se ha centrado no en propuestas sino en insultos y mentiras, así como en “ideas” extremas que dentro de su propio partido no han sido compartidas ni avaladas.
A ello hay que sumar que la impronta del personaje también supera cualquier precedente. Se trata de un “outsider” hecho y derecho. Y como la experiencia enseña, generalmente este tipo de mandatarios han hecho mucho daño a sus naciones, con un matiz que se debe tener en cuenta: esta nación es la más poderosa del planeta y las decisiones u omisiones de sus líderes afectan a ese nivel.
Desde otro enfoque, la victoria y asunción de un personaje como Donald Trump es una muestra más de las deficiencias de los sistemas políticos de representación que, más allá de las razones, no han sabido atender adecuadamente las demandas de sus sociedades. Similares fenómenos se han vivido en América Latina y se están viviendo en Europa y, en conjunto, dan cuenta de la necesidad de introducir profundas reformas que sean capaces de incluir, sin afectar —como lamentablemente ha sucedido— los avances que las sociedades han hecho en materia, sobre todo, de derechos humanos a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial del siglo XX.
En ese sentido, un peligro adicional que implica la posesión de Donald Trump en EEUU, como ha sucedido en América Latina, es que el sistema democrático, sus principios fundamentales y las instituciones creadas para garantizarlos sean los más afectados, y nuevamente se establezcan condiciones que abran paso a proyectos autoritarios, extremo que creímos totalmente superado.
Pero, al mismo tiempo, también existe la posibilidad de que la fuerza de la institucionalidad política estadounidense limite acciones extremas que pudieran subvertirla, controlando, sobre todo, el excesivo poder personal con el que asume la Presidencia de EEUU Donald Trump, así como sus colaboradores más cercanos.
En función a lo señalado, comenzamos a vivir un período de incertidumbre y temor que, esperemos, no se alargue mucho.