La universidad boliviana en la picota
Dos universidades entran en el rango de “buenas” en Bolivia, dos podrían habilitarse mejorando algunos parámetros y otras dos podrían subir de puntaje con grandes esfuerzos.
Debería escribir algo sobre Antonio José de Sucre, verdadero primer Presidente de Bolivia (el primero, los dos meses de Bolívar, fueron una vacacioncilla). O sobre Riberalta, que hoy es una ciudad más grande que la capital departamental, en esa “nación de pueblos” como describía al Beni mi dilecto tío Ambrosio García Rivera. Mi pueblo natal celebra hoy el natalicio de Sucre como su fiesta anual.
En vez de ello, tomaré trozos de información de mi amigo José L. Tellería-Geiger, PhD, sobre la universidad boliviana y los sazonaré con aderezos de mi cosecha, que escribir tiene mucho de alta cocina. Lo que movió a la reflexión fue su acotación de que “desde Charcas, 1624, hasta hoy… hay más de 100 universidades en Bolivia. Sólo sirven tres…”.
Me inspira soñar que los establecimientos educativos bolivianos deberían especializar en ramas técnicas que les graduaría de técnicos medios educados desde la primaria. Sería una certera alternativa para aquellos que no dan para el bachillerato, título donde quizá empieza el error. Porque el tal cartón no es más que una docena de años perdidos a la socialización, que por cierto enriquece con tantas imperecederas amistades, un poco de disciplina que a veces el “papito” mal criador desmerece, y a un barniz de materias de humanidades, la gran mayoría luego olvidadas.
Luego empieza la universidad, no sin antes “ilustrarse” con cursos propedéuticos que reflejan que se “aplazó” la educación secundaria. Tal vez pasaron de “raspapinchete” exámenes de ingreso con la ayuda de “fotocopiadoras” que quizá ofrecen los test requeridos por unas monedas. Es laxa la formación académica, donde se acoplan profesores repetitivos con estudiantes flojos, cuando no se dan casos de falsos catedráticos que optan por reemplazos durante meses ocupados en menesteres más lucrativos. La meta estudiantil es el soñado cartón que les haga merecedores del título de “doctor” sin serlos. Inclusive la opción cernidora de la academia, una de sus principales funciones, se diluye en programas que ofrece la tesis de grado, elusiva para los tontos o los que “trabajan”, en sesiones en que virtualmente se las dicta.
Tellería-Geiger puntualiza que en 200 países del mundo existen “unas 50.000 universidades”, de las cuales sólo un 10 por ciento califica como buenas o más. “El resto son casitas o edificios pequeños donde brilla la corrupción, la mediocridad, la pobreza en infraestructura, el fraude, el nepotismo, las fiestas, el alcohol, las drogas, el acoso sexual, el WhatsApp, la compra de notas, en fin… el embuste”. En el país, “existen 100 universidades…”, 10 son estatales, gratuitas, dirigidas por el Comité Ejecutivo de la Universidad Boliviana (CEUB), que incorporó a la Universidad Católica (privada) en 1978, luego a la Escuela Militar de Ingeniería (EMI) en 1994. 45 de las privadas se agruparon en la Asociación Nacional de Universidades Privadas (ANUP). “Las demás son de régimen especial y más de una docena son híbridas (la estafa total). Todas lucran con la plata de los padres de los alumnos, sus ingresos ascienden a más de 500 millones de dólares, ¡qué vergüenza!”. “Bolivia tiene medio millón de estudiantes en el tercer nivel”. “Esto significa una tasa de educación superior (TBES) del 40 por ciento… el valor más alto de Latinoamérica, porcentaje igual a la media de la Unión Europea y pisando los talones de los EEUU”.
¿Es bueno o malo tener una TBES tan alta para un país tan pobre?, se pregunta mi amigo, “a) para el Gobierno es BUENO, porque este medio millón no se calificarán como desocupados en los censos o en informe laborales del Ministerio del Trabajo; b) para los dueños-rectores de universidades privadas es un ORGULLO, porque contribuyen a la formación de profesionales del país: ¿será que su orgullo radica en ser magnates millonarios cumpliendo una función social?; c) en el contexto mundial, en especial para entes que elaboran los ‘ranking’ de universidades, es una VERGÜENZA, reflejo de la anomia de los países subdesarrollados cuyos Gobiernos autorizan su apertura y funcionamiento”.
Peor aún, hoy en día se ha desvalorizado en Bolivia la formación académica de posgrado. Cual hongos después del aguacero, proliferan los “masterados” más tarados y los pomposos PhD que ni deben saber qué significa tal abreviación.
La realidad, puntualiza el científico e historiador que es mi amigo, es que dos universidades entran en el rango de “buenas” en Bolivia, dos podrían habilitarse mejorando algunos parámetros y otras dos podrían subir de puntaje con grandes esfuerzos. “Las restantes deben hacer una reingeniería de fondo para llamarse ‘universidades’”, dice Tellería-Geiger. Más de 60 deberían cerrarse. Brasil tenía 1.539 el año 2016 y la última de su ranking era mejor que la primera de Bolivia —y eso que su primera universidad se fundó en 1939, cuando nuestro país ya tenía tres—.
Deseaba inspirarme en el clásico “The Academic Revolution” de Christopher Jencks y David Riesman para un remate esperanzador de esta nota. En 1978 ellos delinearon el importante papel de posgraduados en gobernar su país. Leyendo sobre Donald Trump y de atravesados e impostores alardosos en Bolivia, ¿para qué?
El autor es antropólogo
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO