La escuela única, una mala idea
La reforma educativa en el país está animada por un objetivo: la escuela única. Esto puede estar provocando un daño irreparable a la educación boliviana.
Estamos comenzando un nuevo año escolar. Las últimas semanas hemos visto largas colas de padres de familia buscando inscribir a sus hijos en una escuela específica. La prensa reportó de otras escuelas en las que no solamente no había colas, sino tampoco demanda de inscripciones. La razón es muy simple: no todas las escuelas son iguales y los padres ansían enviar a sus hijos a una que marque la diferencia en sus vidas. Este hecho anticipa no solamente el fracaso de la reforma, sino que demuestra que la misma está motivada por el propósito inadecuado.
Todos los niños son diferentes y requieren, por eso, atención diferenciada en la escuela. Con este principio Federico Froebel primero y María Montessori después, revolucionaron la escuela a comienzos del siglo XX. Una escuela en la que cada niño recibiera atención diferenciada, permitiéndole avanzar a su propio ritmo y explorar sus propias aptitudes y capacidades en un ambiente de respeto y libertad, fue una concepción nueva pero adecuada a aquellas comunidades pequeñas que no podían darse el lujo de tener varias escuelas y amplios equipos de maestros. Ésa no es la situación de las ciudades actuales. Ahora la cantidad de alumnos y de maestros permite que existan muchas escuelas, por lo que el principio de la diferenciación debería aplicarse al sistema en su conjunto y no a todas y cada una de las escuelas. Es decir, lo que en verdad se necesita no es la escuela única, por bien diseñada y hermosa que sea, sino la mayor diversidad posible de escuelas.
Una reforma apropiada a la época debería alentar más bien la diferencia y promover escuelas especializadas que permitan a los padres de familia y a los estudiantes escoger aquella que consideren más conveniente a sus capacidades y aspiraciones.
En la concepción de la escuela única resaltan las denominadas “experiencias piloto”, que ofrecen énfasis diferenciados. En Cochabamba, por ejemplo, tenemos al Instituto Laredo, que da prioridad a la formación musical y artística, permitiendo la formación específica en esos campos y desarrollando talentos que, en otras circunstancias, hubieran muerto en la “escuela única”. En otro extremo está el Colegio San Agustín, que se caracterizó desde su fundación por el énfasis en las ciencias exactas y en la tecnología, acogiendo a niños con interés especial en esas áreas y permitiendo que desarrollaran su talento diferenciado. Y así podríamos tener escuelas orientadas a los estudios ambientales, a la biología o la salud, a la alimentación o la agricultura. A las lenguas y culturas extranjeras, sean anglosajonas, latinas o asiáticas. En un lugar podrían enfatizar la agronomía y en otro los motores. O la literatura, el derecho o la historia.
Pero no. La ideología del igualitarismo aspira a que todos reciban una y la misma educación, y por eso las autoridades intervienen cada vez más en el diseño de los currículums, en la selección de los libros y textos y en la distribución del tiempo que se dedique a cada cosa. Y el resultado es el que tenemos. Niños que se aburren la mayor parte del tiempo y profesores obligados a dar clases de lo que no dominan y sobre lo que no tienen ni siquiera interés y menos entusiasmo. Por supuesto, hay casos de excepción que los padres detectan y buscan, haciendo esas sacrificadas colas que hemos visto en las últimas semanas.
Los padres de familia no son indiferentes a las necesidades y capacidades de sus hijos y suelen incluso estar dispuestos a afrontar grandes sacrificios para darles las oportunidades educativas que creen más apropiadas. ¿Quién es el Ministerio de Educación para negar esa opción? ¿Qué les hace pensar a los burócratas que están más capacitados que los padres para darles a los niños lo que necesitan? Una reforma eficaz debería proponer solamente estándares mínimos y sobre ellos promover la mayor diferenciación posible. La imposición del modelo único proscribe la diferenciación e inhibe la creatividad. Por el rumbo que vamos tendremos seguramente bachilleres cada vez más iguales, pero también cada vez menos capaces de aprovechar sus talentos y entusiasmos para encontrarse a sí mismos en la búsqueda de su propia felicidad. Y con eso, pierden ellos y pierde el país.
El autor es economista.
Columnas de ROBERTO LASERNA