Dignidad, libertad e indignación
Los ciudadanos no son ignorantes ni idiotas, saben qué está en juego, saben que la dignidad de las personas se pierde cuando es utilizada para el beneficio de otros, cuando se privilegia la política por encima de la verdad y de la ética
Cuentan la historia del filósofo Aristipio que vivía confortable porque en la corte adulaba al Rey Dionisio, tirano de Siracino.
Una tarde encontró a Diógenes preparándose un humilde plato de lentejas y le dijo “si halagaras a Dionisio, no te verías forzado a comer todos los días lentejas”. A lo que Diógenes contestó: “si tú supieras comer lentejas, no te verías forzado a halagar a Dionisio”. Y no es la lenteja lo que hace digna a una mujer, sino la ética con la que se expresa y expone sus ideas y “verdades” que la hace respetable, ya que la dignidad de un ser humano no aumenta con su riqueza ni con lo que puede cobrar, sino con el respeto que tiene de los demás como el respeto que los demás tienen de uno.
Y aunque nuestra sociedad sea cada vez más carente de valores morales, lo único y verdadero que tenemos los ciudadanos son los valores que nos guían y nos ayudan desde pequeños a saber elegir lo bueno de lo malo, y nos orientan ¿en qué lado estamos?, ¿entre los indignos o con los indignados?, y recordando al crítico y siempre lúcido Eduardo Galeano que decía: “¿Habrá que preguntarse hasta qué punto uno es capaz de elegir entre la dignidad y la indignidad, de decir no, de desobedecer?”, y continuaba … “los desafíos que uno enfrenta cada día son los que te abren una rendija para elegir entre la dignidad y la obediencia. Libre es aquel que es capaz todavía de elegir la defensa de su dignidad en un mundo donde quieras o no, en algún momento tendrás que tomar partido entre los indignos y los indignados”, decía Galeano. ¿En qué lado estamos como ciudadanos?, del lado del dinero rápido?, ¿del intercambio de votos por obras o poder?, ¿del silencio y la pasividad que fortalece a los que tienen más poder?, ¿del lado de los que no quieren ver a tantas mujeres, hombres, niños y adolescentes caminando bajo el sol para vender sus productos con una mirada perdida porque nacieron en un mundo indiferente? Estamos a tiempo para manifestarnos y mostrar nuestra indignación… es lo menos que podemos hacer frente a la debilidad de nuestras instituciones, de nuestros representantes y de nuestra propia falta de autoestima para mostrar con claridad que no necesitamos halagar a ningún Dionisio.
¡Indígnate! ya que la indiferencia no construye, no cambia. Los ciudadanos no necesitamos “actores trágicos ni prostitutas” decía Marco Aurelio, emperador romano en su obra Meditaciones, sino hombres de bien, prudentes y excelsos, capaces de construir un Estado responsable que trabaje por buscar el mayor bienestar de los ciudadanos; que genere debate y que abra espacios públicos para hablar de los intereses de la gente, que defienda los valores que nos edifican como pueblo, que nos hacen más dignos.
Los ciudadanos no son ignorantes ni idiotas, saben qué está en juego, saben que la dignidad de las personas se pierde cuando es utilizada para el beneficio de otros, cuando se privilegia la política por encima de la verdad y de la ética.
La autora es abogada.
Columnas de DANIELA GUZMÁN