Confrontación y diálogo
La expresión más política de una confrontación son las elecciones. Las elecciones son a la política lo que las batallas a la guerra.
Si un adversario en el poder no admite elecciones, no puede, en consecuencia, haber diálogo hasta que ese adversario sea obligado a someterse al veredicto popular. Los diálogos en política han sido, son y serán siempre, eventos postelectorales
Confrontación y diálogo: dos modos de hacer política a los que suele considerarse excluyentes olvidándose que el uno no se puede constituir sin el otro.
Confrontación y diálogo son, en efecto, dos dimensiones de la política. Lo importante es que no existan separadas. La confrontación sin posibilidad de diálogo conduce a callejones sin salida, cuando no al imperio de la violencia. El diálogo sin confrontación lleva a la disolución de la política como sustitución de la guerra pues sin peligro confrontacional la política carece de sentido. Un diálogo sin confrontación puede ser incluso más peligroso que una confrontación sin diálogo pues al ser abandonada la confrontación desaparece la política (la política es confrontación) y así quedan todos los caminos abiertos para la violencia.
Llamémoslos enemigos en sentido clásico, o adversarios en sentido más civilizado, o simplemente contrarios u opuestos, lo cierto es que sin antagonismos en los campos de confrontación y diálogo, la política estaría de más.
La oposición de los contrarios, vale decir, el reconocimiento de la existencia de antagonismos es la base de toda lógica política. O aún más claro: el diálogo, para que sea político, debe ser el resultado de una confrontación. Primero la confrontación. Después el diálogo. Nunca al revés.
La confrontación no el diálogo ocupa por lo tanto el lugar preeminente —o sobredeterninante, si empleamos un término psicoanalítico— en la política. Un diálogo sin confrontación sólo se da en las relaciones amistosas. Pero la política fue inventada para relacionar a los enemigos y no a los amigos. Por lo mismo, el diálogo no puede sustituir a la confrontación. Incluso el diálogo, en política, ha de ser confrontativo. De otra manera no es político.
Siendo entonces la confrontación y no el diálogo la variable fundamental, la tarea principal de la política es localizar y conocer al enemigo. Sólo frente a un enemigo delimitado, personificado en nombres y apellidos, adquiere la política toda su razón de ser.
Entre dos fuerzas políticas enemigas las confrontaciones pueden ser dirimidas a través del diálogo. Pero para eso es necesario que las confrontaciones o su inminencia, existan previamente.
¿Qué sucede en cambio cuando una fuerza política debe enfrentar a una fuerza no política o precariamente política? En este caso no puede haber diálogo. La tarea de la fuerza política, bajo esas condiciones, es politizar (re-constitucionalizar) al adversario, es decir, convertirlo en una fuerza dialógica. Pero para que eso ocurra, hay que demostrar frente a ese adversario una disposición a avanzar más allá la política. Por una parte, la decisión de llevar la confrontación hasta sus últimas consecuencias. Por otra, acosar al adversario con las fuerzas que se tienen y no con las que se quisiera tener.
En las confrontaciones internacionales, muchos Gobiernos no políticos han debido politizar sus relaciones con el adversario cuando éste dispone de una superioridad militar abrumadora y de la decisión de imponerla por medios no políticos si eso fuera necesario. Como es sabido, hasta las armas atómicas han sido convertidos en medios políticos disuasivos.
En las confrontaciones nacionales sucede, en cambio, lo contrario: las armas suelen sucumbir frente a la superioridad numérica de las fuerzas políticas y de sus alianzas internacionales. Un diálogo, vale decir una negociación, sólo puede ocurrir en esos casos cuando las fuerzas políticas han dirimido fuerzas con las no políticas, o por lo menos, cuando han mostrado la decisión de enfrentarla hasta las últimas consecuencias. Para poner un ejemplo: el diálogo de la oposición chilena con la dictadura, sólo fue posible cuando ésta fue derrotada en un plebiscito. Otro ejemplo: el diálogo Gobierno-FARC sólo fue posible en Colombia después que las FARC fueran militarmente derrotadas. Entre Uribe y Santos, visto objetivamente, hay más continuidad que ruptura. Durante Uribe, Santos fue incluso más militarista que Uribe.
Cada momento tiene su política. Cada política tiene su momento. Equivocar el momento suele ser, en política, fatal.
Un diálogo sin confrontación, o sin posibilidad de confrontación, no lleva a ningún lugar. Y es evidente: sin confrontación (o sin posibilidad de confrontación) no hay nada que negociar.
La expresión más política de una confrontación son las elecciones. Las elecciones son a la política lo que las batallas a la guerra.
Si un adversario en el poder no admite elecciones, no puede en consecuencia, haber diálogo hasta que ese adversario sea obligado a someterse al veredicto popular. Los diálogos en política han sido, son y serán siempre, eventos postelectorales.
El autor es filósofo, profesor emérito de la Universidad de Oldenburg, Alemania,
Mires.fernando5@googlemail.com
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