Venenos que se inoculan a la niñez
Una serie de imágenes, en las que se ve a niños marchando, gritando consignas inspiradas en sentimientos y resentimientos supuestamente patrióticos, han vuelto a recordarnos que en Bolivia no se está haciendo lo suficiente para defender uno de los derechos básicos de la niñez. Nos referimos al derecho a crecer libres de los odios que abonan la intolerancia y la violencia en todas sus formas.
Un ejemplo de ese peligro lo tuvimos hace algo más de un mes, cuando se difundieron las imágenes de una conocida líder opositora de Santa Cruz, quien fue filmada en una sesión de inoculación de fuertes dosis de intolerancia y odio a un grupo de niños de ambos sexos. El caso llegó hasta los estrados judiciales y alrededor de él se dividieron las opiniones de las personas.
Entre los argumentos de quienes pretendían restarle importancia al asunto se destacó el que se refería a la frecuencia con que escenas muy similares se producen y difunden como parte fundamental de la política propagandística gubernamental. “… pónganse sus cartuchos de dinamita y vayan a botarlos a patadas”, llegó a decir el Vicepresidente en un discurso dirigido a un grupo infantil, lo que fue recordado con razón como la contracara del caso anterior.
El tema merece atención pues son cada vez más frecuentes las muestras de la faceta más tenebrosa del fanatismo, la que se plasma en niños reducidos a simples fichas al servicio de las pasiones de sus mayores. Y eso es inadmisible, sin importar cuál sea la doctrina política o religiosa, o la causa en cuyo nombre se lo haga, pues nadie puede arrogarse el derecho a envenenar las mentes y corazones de la niñez.