Algo sobre ciencia y política
Johannes Kepler (1571-1630) demostró que los planetas orbitan alrededor del Sol siguiendo trayectorias elípticas, no circulares, como había dicho Nicolás Copérnico (1473-1543) casi cien años antes. ¿Periodismo científico?, tal vez, pero sin imitar a Carl Sagan. Contextualicemos.
Kepler y Copérnico no fueron propiamente “científicos”. Ningún físico, químico o astrofísico, contemporáneos tomaría en cuenta la voluntad divina entre sus consideraciones hipotéticas para explicar las causas de fenómenos que nuestros sentidos ni siquiera perciben, como por ejemplo, la denomina “materia oscura” del universo, aun siendo devotos de algún dios o dioses y diosas. En efecto, la noción de “explicación racional”, como propósito de la ciencia, implica revelar las leyes naturales que, invariablemente, rigen los hechos.
Kepler investigaba el movimiento de los cuerpos “errantes” –o planetas, dicho en griego-- de la “bóveda celeste”, utilizando los procedimientos que actualmente constituyen la estructura básica del método científico. En cambio, Copérnico afirmaba –redescubriendo a Aristarco de Samos-- que el sistema solar debía ser, por razones de simetría y belleza, necesariamente heliocéntrico, por eso mismo, sostenía la tesis griega sobre la trayectoria circular de los planetas. Según los griegos, los planetas eran divinos y debían, por tanto, moverse en curvas perfectas.
No obstante, ni el uno ni el otro sometió a duda la existencia de Dios. Al contrario, el afán que animó sus vidas consistía en revelar las leyes del “General del Cielo”, único y omnisapiente. Ambos intentaban comprender lo que Dios podría haber pensado al crear el mundo. Para ellos, el movimiento de los astros traslucía el lenguaje de Dios, un Dios “racional”, nomológico, es decir, de leyes, y por tanto, cognoscible.
Entonces, ¿por qué Copérnico, Galileo Galilei –de quién todavía no hemos hablado- y Kepler, cosecharon calamidades por divulgar sus ideas?, ¿por qué fueron encarcelados, exiliados o condenados, hipócritamente, a muerte por hambre, no obstante, haber sido sinceros profesos de Dios?
Bien, en la iglesia Católica de sus tiempos, los evangelios y la filosofía platónica, entre otros idealismos de la antigua Grecia, estaban imbricados en un solo cuerpo doctrinario. Sus nociones acerca de la geografía del cosmos, en cuanto espacio físico, tenían como base al sistema “ptolemaico”: la tierra era centro del universo; en sus concavidades interiores, residía el demonio propinando eternos y horribles sufrimientos a los pecadores; y en los cielos, estaría la trinidad. La Divina Comedia de Dante Alighieri, tiene la virtud de reflejar aquellas representaciones, propias del mundo medieval europeo, y por supuesto, la pintura, la música y las artes de la época en general.
Copérnico, revelando que los planetas –siendo la Tierra sólo uno de ellos-- orbitaban alrededor del sol, y no a la inversa, ponía en aprietos la credibilidad del discurso del clero, aunque la desacreditación del discurso católico se tornó preocupando cuando Galileo demostró aquella tesis mediante mediciones matemáticas. Kepler, durante mucho tiempo, también defendió las órbitas circulares, sin embargo, las observaciones no encajaban con la teoría, los “errantes” no giraban en círculos…
En suma, y parafraseando a Russell, chocaron con sus contemporáneos, porque sus conclusiones se enfrentaban a las creencias que legitimaban la dominación política de aquellos tiempos. Y, dando un salto en el espacio-tiempo, surge la pregunta inevitable: Si nuestra nueva Constitución Política del Estado refleja adecuadamente la realidad de la formación social boliviana ¿por qué no funciona?
El autor es economista.
Columnas de JUAN JOSÉ ANAYA GIORGIS