Lesa humanidad
Cuando se comenzó a cimentar lo que habían programado los miembros del Foro de San Pablo, muchos pensaron que los días de sufrimiento para miles de ciudadanos de América del Sur estaban por terminar. Parecía que el sueño se hacía realidad ya que la dicha tocaba la puerta de millones de pobres. Ellos no pedían mucho, tan solo techo, pan y trabajo. Pero sobretodo, que la corrupción no sea la reina que corone a los nuevos poderosos que llegaban a la cima para combatirla con el fin de que haya más recursos para los programas sociales; así como una adecuada redistribución de la riqueza que ponga una barrera infranqueable que impida el camino de retorno a la situación dejada.
No querían populismo, querían justicia social. No querían venganza, pedían igualdad. No querían dádivas, exigían oportunidades en condición de iguales. No querían dinero fácil, anhelan un trabajo digno. No querían líderes millonarios, sí amigos de los pobres y enemigos de la pobreza.
Que difícil había sido ser honesto. Muchos no resistieron y seguramente comenzaron a tomarle gusto a lo superfluo cuando comenzaron a sentir que habían hecho mucho por otros; con poca ganancia después de tantos sacrificios. Y claro, que fácil es ser honesto cuando no se tiene acceso a la lata.
Mire usted, los que proclamaban el fin de la corrupción, de la desigualdad, pronto comenzaron a vestirse de forma diferente, a viajar en aviones privados, a comprarlos, a cambiar los carros del Estado por algo mejor bajo el paraguas de la seguridad de los líderes. A efectuar negocios que deberían dar réditos al movimiento popular, y así se comenzó a hablar de los porcentajes que pedían dirigentes de los movimientos sociales, de nexos entre el poder y los odiados neoliberales o con los nuevos empresarios extraídos del seno de escogidos de entre los que nacieron con el proyecto.
En la Argentina, los Kirchner; en Venezuela ya sabe quiénes, y ahora ya se conoce que el más serio del colectivo original, Luis Ignacio da Silva (Lula) habría recibido muchos millones de dólares de empresarios del sistema combatido como de las empresas de los amigos. Los montos son de escándalo porque la bonanza lo permitió; y esa es la diferencia con los corruptos de antaño.
Que el empresario Odebrecht declare a los jueces que le entregó dinero a Lula puede que deje dudas ya que se podría decir que se trataría de una campaña de desprestigio, pero que el señor Leo Pinheiro – expresidente de OAS, empresa amiga– afirme que el presidente de Brasil le haya pedido destruir las pruebas de sus negocios ilícitos, es la confirmación de que hay manzanas podridas.
Fue tanto el afán de dinero fácil que el esquema de corrupción trascendió las fronteras del gigante verde amarillo. Los negocios turbios, en nombre de la afinidad ideológica, llegaron a otros ámbitos del poder del llamado socialismo del Siglo XXI. ¿Por qué? Para sustentar la revolución democrática, para satisfacer la demanda de los clientelares, porque el fin justifica los medios. No, eso fue el pretexto, el fin real fue el bienestar individual y familiar, el hogareño como el partidario que fue parte del sistema.
Seguramente saldrán más nombres en la investigación que hombres valientes hacen en el Brasil. OAS no se quedó en casa y con certeza que por allí por donde anduvo alguna herida putrefacta dejó. El Socialismo del Siglo XXI no solo unió afines, sino que envileció el cambio.
Ante este desastre moral no cree usted que la corrupción debería ser calificada como un delito de lesa humanidad. Pienso que sí porque se roba la esperanza de los desposeídos, se deja sin salud, educación y servicios básicos a millones de seres humanos.
La honestidad no se la proclama en mítines, se la demuestra en el día a día cuando se es poder.
El autor es periodista.
Columnas de JORGE MELGAR RIOJA