Cultura deportiva, hooligans y la libreta de Julio
Esta semana el mundo observaba cómo la hinchada del Atlético Madrid llevaba en volandas a su equipo durante el primer cuarto de hora del partido de semifinal de Champions League europea, hacia lo que creían que pudo haber sido un milagro futbolístico: la eliminación de uno de los equipos más difíciles de vencer de la historia, el Real Madrid de Cristiano Ronaldo.
El milagro no sucedió, sobre todo después del baño de realidad propinado por el actual campeón mundial, pero demostró que el aficionado —la otra mitad del deporte además del deportista— tiene mucho por decir y aportar.
Y aun cuando destila un rico aroma de resiliencia y esfuerzo, la hinchada colchonera, como se le conoce a la fanaticada del “Atleti” —equipo famoso por sufridor—, no está precisamente para dar lecciones de buen comportamiento, si se permite la generalización, por culpa de unos exaltados que este mismo año causaron muertes fuera de la cancha, exteriorizando las pasiones internas más bajas.
Pero como todas las generalizaciones son injustas con aquellos que tuvieron comportamientos modélicos, quiero referirme a uno de los hinchas con cultura deportiva más profunda que he conocido en 15 años de práctica deportiva profesional y en más de 30 de aficionado: don Julio Schütt H., fallecido la semana pasada.
Precisamente Julio Schütt fue uno de esos aficionados al deporte que se tomaban su voluntario oficio con rigor y de manera sistemática, aunque también con una importante dosis de pasión e inquietud, con todo lo contradictorio que pueda parecer.
A don Julio le daba igual si la carrera de Fórmula 1 se celebraba en Malasia o en México, o si la transmisión televisiva era a las 2 de la tarde o a las 4 de la madrugada. Él asistía puntual a la cita, inclusive cuando no tenía suscripción a tv de pago, peregrinando a la sede del proveedor de entonces, Supercanal, con un puñado de incondicionales aficionados que eran de su tribu.
Disfrutaba de rivalidades geográficas y culturales, dejando de lado horas de sueño y envalentonado por la adrenalina, acompañado por su libreta —en tiempos previos al internet— con toda clase de esta-dísticas y anotaciones de sus corredores preferidos, que registraba manualmente para hacer comparaciones entre temporadas. Admiraba a Prost en los años 80 y 90, y posteriormente a Schumacher —quizás atraído por sus raíces germanas—, aunque siempre supo admirar las cualidades de Ayrton Senna. Justamente Schütt falleció el mismo día que el piloto brasileño, 23 años después. Ambos se fueron prematuramente.
La pasión de Schütt se manifestaba sosegada pero firmemente. No era un hooligan exaltado, sino más bien racionalmente emocional, y disfrutaba de la conversación rechazando fanatismos. Supo transmitir esa pasión a sus hijos. Uno de ellos, Julio Schütt E., llegó a ser campeón nacional de atletismo en la categoría absoluta (Juegos Deportivos Nacionales Hugo Banzer ´98) en salto largo, aun sin tener las mejores marcas. Inculcó en su hijo esa voracidad por la victoria, ese carácter competitivo y la fe en uno mismo, alimentada por la curiosidad y las ganas de aprendizaje, por el gusto de superarse y ser el mejor, pero sin necesidad de humillar al rival cuando éste caía vencido.
Los constantes fracasos deportivos en nuestro país a veces nos empujan a orientar la frustración primero hacia el atleta, luego hacia el entrenador y finalmente al dirigente, quien, en efecto, tiene un impor-tante grado de responsabilidad. Lamentablemente, pocas veces hacemos autocrítica en cuanto a nuestra responsabilidad como hinchas y nuestra falta de curiosidad y rigor, aunque sea desde la butaca o el sillón.
Don Julio Schütt nos demostró que hasta para ser fanáticos deportivos, hay que tomarse las cosas en serio y tener espíritu crítico sin abandonar la camaradería; eso que se llama tener cultura deportiva.
El autor es exatleta olímpico por Bolivia y subcampeón iberoamericano de 800 metros en atletismo.
@fadriquei
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