Subsidios para incentivar el empleo
“Suecia ha sido la sociedad más exitosa que el mundo ha conocido”, dice The Guardian de Londres y añade que “los suecos lideran las reformas en Europa”. El otro gran diario Financial Times afirma que “sólo el modelo nórdico combina equidad como eficiencia”.
El debate apenas ha comenzado. En marzo pasado la izquierda ve un Estado Benefactor generoso mientras la derecha ve una economía abierta que pide desregulación en la Unión Europea. Aunque reformistas británicos y proteccionistas franceses están de acuerdo en aprender de la combinación de provisiones sociales y una economía de alto crecimiento, Suecia sigue siendo percibida como la “tercera vía” al combinar la apertura y creación de riqueza del capitalismo con la redistribución y la red de seguridad del socialismo. Lo mejor de ambos mundos.
Traemos a cuento el tema cuando el régimen masista no termina en asumir una decisión frente al mercado de trabajo, con el aporte oficialista para incentivar nuevos puestos de trabajo especialmente para los jóvenes, que están quedando al margen sumándose al tropel de los “ni ni” ni estudio, ni trabajo que se hizo tan popular en España, Italia y la propia Alemania como consecuencia de la muy fresca crisis social, económica financiera de la moderna Europa.
Suecia está enfrentando retos serios y fundamentales en el centro de su modelo social. Es que cuando se está hablando de incentivos que el MAS entiende como “inversiones en el mercado de trabajo” olvida que no hay nada nuevo bajo el sol, todas las formas de estímulo, llámese subsidios si se prefiere han sido ensayados en Escandinavia. Más todavía, la coalición de partidos burgueses que ha soltado el poder a duras penas, acusó a la Socialdemocracia de ser “los mejores inventores de subvenciones (bidrags) bajo cien denominaciones todas para “bajar la desocupación y alentar la creación de puestos de trabajo”.
Al tenor de los artículos Gunnar y Alva Myrdal, padres del Estado de Bienestar que soñaron con Suecia como un sistema estatal que ofreciera seguridad de la cuna a la tumba, varios factores históricos como un estado civil eficiente libre de corrupción, ética protestante y presiones en la familia y el trabajo garantizaron un trabajo disciplinado. Aún si sobrevenían cambios, el trabajo sería productivo y así fue, exportó con éxito hierro, acero y madera y las empresas suecas se convirtieron en modelos de eficiencia y calidad.
La Social Democracia llegó en 1932 y gobernó 65 de los últimos 74 años. En lugar de un partido de clase social determinada se convirtió en uno de clase media creando sistemas de seguridad social, y otorgó altos beneficios en jubilaciones, desempleo, maternidad, enfermedad, en suma, una socialización consumista tomando el control de los medios de producción y cobrando impuestos a los trabajadores, a su consumo y a la renta para atender el gasto de la beneficencia.
Es fijo que un sistema de coordinación entre empresariado y Estado para accionar un programa de incentivos como el que se discute no podrá dar resultado primero porque no hay “hábito de coordinación”, sino tendencia a utilizar los recursos que entregaría el Estado a los empleadores, necesariamente limitado y de relativa corta duración.
El compromiso que puede resultar del ejercicio propuesto, clonado de programas vigentes en muchos países del mundo y de ninguna manera de invención del Gobierno masista, asusta a los empresarios que por lo visto no están maduros para asumir la tarea. No en las condiciones actuales.
El autor es periodista.
Columnas de MAURICIO AIRA