Contra una conjura macho-misoándrica
Malogró la semana más trascendente de mi vida la crónica roja sobre el alcalde oficialista de Tapacarí y su libidinosa manada de antropoides ebrios.
Hay, en la ecléctica fauna política del gobernante “Indigenismo New Age”, una subespecie de bestias que no dimensiona el daño que su brutalidad le hace no sólo a la mujer, sino —sobre todo— a un movimiento masculino planetario que pugna a marchas forzadas por reinventarse, por establecer una nueva economía de poder, por reempoderarse de su rol paterno y por romper el ciclo de subalternización de lo masculino al mito del “macho”.
Hay un movimiento telúrico intenso pero disimulado creciendo debajo de la censura de lo “políticamente correcto”, combatiendo milímetro a milímetro, en el campo simbólico, contra la institucionalidad regresiva de un dogmatismo misoándrico y sus narrativas parricidas.
Con pensamiento complejo e inteligencia emocional, el hombre de la era Zuckerberg plantea una contra-narrativa a los mitos de Telémaco, Edipo y el Rapto de las Sabinas, con las que el oenegismo globalofílico del primer mundo inunda la media oficial en sus colonias ideológicas de América Latina. Es un hombre que ha redescubierto y cultivado su doble naturaleza de proveedor-padre, de empresario-tutor de “mate” y de profesional que cocina, abraza, enjuga lágrimas con la camisa y limpia narices con la corbata.
Es el hombre que ha aprendido a manejar la sartén y las temperaturas con la misma maestría que el cálculo estructural y los tiempos políticos; el padre primerizo que aprendió a lidiar con pañales sucios con la misma dignidad que con la incertidumbre de un egoísmo poligámico, un desapego a la paternidad, una negación de afecto y una violencia simbólica a la que el discurso dominante ha rebautizado como “pro-choice”.
Es un hombre que labra su propia “tercera vía”, contra el extremismo regresivo del “porque soy hombre” y del “ahora me toca”; es el hombre que planea una alternativa a los paralelos contemporáneos de esos perversos gemelos que fueron la represión paramilitar y la “violencia revolucionaria”: La bestia del machismo y el terror de la misoándria. Esos opuestos aparentes, que guardan hoy el mismo entendimiento que años atrás guardaban represores y “fierreros”; en una conjura en que no se distingue en verdad quién es la bestia y quién el amo.
Tanta experiencia de lucha, tanto de aprendizaje en la cocina, en la alcoba, en las redes sociales y los juzgados, para que la mordida de un solo animal con rabia, la explosión del instinto de un solo primate, desate y justifique otro alud de violencia simbólica-institucional contra todo el género masculino.
El que crea que la víctima más malograda del atropello de Tapacarí es la valiente mujer que convalece en el hospital, no tiene idea del costo histórico que le significa al movimiento masculino cada “arrebato” de la cultura sexual “warmi-challpa” que promueve el régimen cocalero desde su Estado Precámbrico.
Y si alguien piensa que la mayor indignación por los hechos del fin de semana en Cochabamba es tema de “ser mujer”, se equivoca de nuevo. No creo que el peor revanchismo feminista se compare con los castigos que han imaginado, el padre despojado de sus hijos o el novio que no se resigna al aborto, para la jauría de beodos sátiros que alimentaron por el resto del año la reproducción de los mitos sexistas con que la institucionalidad misoándrica se consolida y proscribe la nueva lucha por la equidad.
El autor es graduado de la maestría en Gobernanza y Comunicación Estratégica de la GWU.
Columnas de ERICK FAJARDO POZO