Los muros de ayer y de hoy
Si pensaba que con el de Berlín se acabaron los muros, lamento desengañarlo. Han cambiado de aspecto, de forma y tal vez hasta de materia, pero no han desaparecido. Nadie como el hombre para los muros; incluso hay gentes que nace con el alma ya amurallada. En lo que mira al presente, si alguien me apurara un poco, ahí está a la vista el magnate del norte y su actitud atrabiliaria con México. Su originalidad es indisputable: pretende que el damnificado mismo pague el costo de la barrera.
Pero el muro de Berlín es aleccionador. En manos de cierta gente, la política es siempre una actividad nefasta; los políticos hacen irreductible las diferencias ideológicas. Con el muro de por medio en 1961 el imperio soviético pretendió dividir a Alemania en dos repúblicas, la Federal y la Democrática. Después de 25 años ese “muro de la vergüenza” cayó, provocando el derrumbe del sistema comunista, el fin de la Guerra Fría y la reunificación de Alemania. Ya no hay el muro físico, pero en la política y en la filosofía persiste. Como en la lejana época, Parménides y Heráclito han reiniciado sus discusiones.
En la literatura también hay muros. El de Jean-Paul Sartre es el más conocido. El escritor francés trató de difundir a través de las letras la doctrina filosófica del existencialismo, y escribió el famoso cuento “El muro” (1937), donde narra el drama de una delación involuntaria:
Al amanecer iban a ejecutarlo, pero “salvarás tu vida si nos dices dónde está Ramón”. Aunque en verdad sabía, resuelve “reventar” él antes que entregar a su compañero. Y decide hacerles una última jugarreta a los falangistas. “Está oculto en una cripta del cementerio”, les dice, a sabiendas de que está en otra parte. A poco rato le avisan que lo liquidaron a Ramón Gris en la cripta. ¡No puede ser! “Me reía tan fuerte que los ojos se me llenaron de lágrimas”.
En ése y otros cuentos la crítica destaca, en el estilo de Sartre, la crudeza en la expresión del naturalismo desbordado. En 1964 se dio el lujo de rechazar el Premio Nobel de literatura.
Sin alejarnos mucho, como quien pone piedra sobre piedra, hemos acrecentado con nuestras manos el muro que Chile levantó sobre el Pacífico, para privarnos del mar. Mucho fárrago y mucha demagogia circulan por los medios. ¿Cuándo aprenderemos el señorío de un silencio inteligente? Ese lenguaje también es bueno, y en diplomacia es casi siempre mejor que el que se lanza por los aires. Es fama que en la Academia de Platón se enseñaba a callar durante cinco años, antes de abordar los temas de mayor sustancia. Serían útiles unos cursos platónicos para los políticos a fin de aplacar sus estridencias rencorosas. Y hacia fuera, para que Bolivia deje de ser el país solitario y aislado. Los puentes y los muros hacen un contraste violento. Es preciso construir puentes y no muros.
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS