Piratería con escala móvil
Se atribuye al historiador Luis Paz la afirmación de que en Bolivia hay que ser rico o loco para escribir libros (para publicar, por supuesto). Sólo los ricos pueden darse el lujo de publicar un libro o varios, para sentirse orgullosos de ser un prolífico autor; que es, en consecuencia, escritor o escribidor. Ahora, que lo lean o no, es otra cosa. Bolivia es la patria feliz de los analfabetos funcionales, de los que sabiendo leer no leen. Los hay también de los otros, aunque pocos, pero los hay, con el mismo afán pasional por la lectura, como aquel noble caballero de la Mancha.
Es siempre grato curiosear libros. Y aún más si es en los puestos callejeros donde se venden libros viejos, libros piratas y libros originales. A veces uno se topa con algún libro famoso dedicado por su autor a un amigo y que, habiendo ya fallecido éste, su biblioteca personal, convertida en mercancía, se exhibe en algún thantakatu. También suele ocurrir que misteriosamente se pierde en casa un libro: “Pablito, aquí lo tenía guardado; ¿por si acaso no has visto? No pa’, para nada. ¿Qué libro era? ‘Los intereses creados’, de Benavente, en edición de lujo.” El papá no está enterado de que llegaron a la ciudad unos extraños de pelo largo, de esos que se agitan como epilépticos, pero que arrancan algarabía delirante a su auditorio juvenil. Son imperdibles y la entrada cuesta.
Hay una variedad de esos conocidos como “piratas”. Desde los que tienen “horrores” hasta una copia de calidad aceptable. Un libro original caro suele ser una invitación a la piratería. “Cuando apareció en librerías —me decía un amigo— costaba 180 bolivianos y después, el mismo libro, en versión pirata, se vendía sólo en 35 bolivianos”. A mi librero habitual le dije un día: es para reponer; presté a alguien y no me ha devuelto: “Qué libro; si te he devuelto”. Es que usted no sabe la consigna, me dijo sonriente: “Tonto es el que presta; pero el que devuelve, es más tonto todavía”.
Hay libros viejos que tiene la huella de haber pasado por varias manos; incluso es posible que hayan sido robados de algún estante. Tratándose de libros, hasta el robo es irónicamente permisivo. Cierta vez le preguntaron a la conocida escritora cruceña Giovanna Rivero si alguna vez había robado libros, y ésta con la mayor frescura del mundo, respondió: “Sí, naturalmente. Le robo a mi suegra casi siempre. La mitad de mi biblioteca se la debo a ella”.
Se habló un tiempo de que se abaratarían los libros con una ley de “arancel cero”. Pero seguramente resultó “hecha la ley, hecha la trampa”, porque dicho costo fluctúa indexado al valor monetario de la canasta familiar, al estilo de los famosos “pliegos” de la COB; y luego lo que se promueve en el mercado del cambalache bibliográfico nacional es la piratería máxima con escala móvil.
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS