Si un ejemplo bastara
Me gustaría imaginar, si tal tragedia ocurriese, que los tarcos talados en la avenida Ejército se reunirán en algún lugar secreto del cosmos, ese que el mito mojeño denomina Loma Santa, con los centenares que se quemaron en el Parque Tunari y los miles que también cayeron en la Reserva de Sama
Muy pocos lo saben porque fue un gesto humilde y silencioso. Pero quienes conocemos a José Gumucio Stambuk no podemos ocultar nuestro orgullo y admiración por él. Ciudadano ejemplar y digno donde los haya, a Pepe Gumucio los cochabambinos le debemos, entre muchas otras cosas, la larga hilera de tarcos o jacarandás que adornan la avenida del Ejército, en la ribera sur del río Rocha, entre los puentes de la Recoleta y la Muyurina.
Hace más de diez años él en persona, por propia iniciativa y junto a sus hijos, los plantó y cuidó durante el tiempo que fue necesario. Los regaba cada día, uno por uno, con agua que llevaba en bidones que ataba a la parrilla de su bicicleta, de paso al trabajo. Cuando aún eran pequeños plantines les construyó cercos de madera para protegerlos de perros y transeúntes. Hoy son árboles jóvenes aun, pero que ya nos regalan el encanto de sus flores color violeta, un símbolo y un placer para los habitantes de este valle.
No es su única hazaña en éste campo. Cuando aún era un pedregal, Pepe defendió de loteadores e indiferentes el parque Facundo Quiroga, donde cultivó árboles y plantas ornamentales. Hoy el parque está ahí, ornado con un brillante campo de fútbol de césped artificial, signo de los tiempos, pero vivo al fin y también se lo agradecemos.
Pero, cosas del destino, quizá sea éste el último agosto que Pepe y todos nosotros, veamos florecer sus tarcos en la avenida, cuando nos llenen los ojos con su presencia anunciando la llegada de la primavera. Ocurre que por allí pasará el moderno tren urbano y los árboles serán retirados. Visto lo visto, tal “solución” parece ineludible.
No sé qué sentirá Pepe si llegan a derribar esos árboles. No es hombre que se amedrente ante la adversidad. Quizá ese día se quedará en casa a regar las plantas en su pequeño jardín. Un refugio de paz y belleza construido en un territorio que no cuenta con más metros cuadrados que los dedos de las manos.
Me gustaría imaginar, si tal tragedia ocurriese, que los tarcos talados en la avenida Ejército se reunirán en algún lugar secreto del cosmos, ese que el mito mojeño denomina Loma Santa, con los centenares que se quemaron en el Parque Tunari y los miles que también cayeron en la Reserva de Sama, y con los millones que se perderán en el Tipnis. Allí se juntarían todos para conformar el germen de una nueva vida.
Inútil consuelo. Las utopías arcaicas también se nos mueren.
Como fuere, gracias Pepe.
El autor es historiador.
Columnas de JORGE CORTÉS RODRÍGUEZ