Tarija, el país, en su mala hora
Los primeros humanos que poblaron la tierra, al elevar la vista en medio de la penumbra total de las noches, han debido quedar sobrecogidos ante el impresionante espectáculo del mundo sideral. El firmamento, sin ninguna contaminación lumínica, debió ofrecérseles imponente.
Ya establecidas las primeras sociedades agrícolas, las castas sacerdotales lo primero que hicieron fue elaborar mapas siderales. Algunos pueblos creyeron ver en las constelaciones águilas, cisnes o perros. Otros pueblos divisaron llamas, jaguares, pumas, serpientes. Era cuestión de supervivencia, pues esos astrónomos establecieron la recurrencia de estaciones, solsticios y equinoccios, información clave para siembras y cosechas. También, sirvió para hacerse a la mar y guiarse por los cuerpos celestes.
Mucho tiempo ha transcurrido. Hemos llegado hasta a la Luna y pronto lo haremos a Marte. El estudio del firmamento ofrece grandes respuestas a la humanidad, acerca de nuestro pasado y lo que nos espera para el futuro.
Hay instalados observatorios astronómicos en diversos puntos del planeta, verdaderos centros de acogida de científicos de todo el mundo. Existe una pugna de los países por hacerse merecedores de albergar un observatorio astronómico, por todo el caudal que supone. Por ejemplo, el 2010, hubo una competencia para la instalación de un gigantesco observatorio con financiamiento internacional. Dos países quedaron finalistas: España y Chile. Cada uno alegó las bondades del territorio que ofrecían. Hicieron lobbies. Ganó Chile. Los científicos españoles criticaron fuertemente las gestiones de su gobierno y expresaron su decepción por haber perdido una maravillosa oportunidad astronómica.
Ahí está Chile, con un observatorio astronómico que es la envidia de naciones, por el sitio inmejorable que es el cerro Armazones, ubicado en el desierto de Atacama, sin contaminación lumínica, y con el telescopio más gigantesco jamás construido. Recibirá el financiamiento del Observatorio Austral Europeo (ESO). Bien por los chilenos. Y bien por ellos, realmente, porque es el centro al que llegan los más connotados científicos astrofísicos. Por si no tuviéramos poco con haber perdido ese territorio, ahora hemos de ver cómo hay una oferta astroturística internacional que les generará millones de dólares. Se prevé la instalación de 260 micro-observatorios, alojamientos temáticos, tours turísticos. De hecho, habrá listas de espera de dos o más años. Cuando haya avistamiento de fenómenos cósmicos inusuales, la espera será de diez años.
¿Y cómo andamos por casa? Un desastre. Si miramos hacia nuestros parques naturales antes protegidos, hoy ya no lo están, caso Tipnis. Si lo hacemos hacia los bosques tarijeños, los hallamos víctimas de incendios. Miles de vidas silvestres aniquiladas, desde mariposas, aves, monos, osos, etc., al margen de la flora y coste de vidas humanas.
Ya que tan mal estamos a nivel terrestre, podíamos estar bien a nivel celestial. Tampoco. El único Observatorio Astronómico y Planetario que tiene Bolivia está en riesgo de desaparecer por falta de plata. Instalado con financiamiento de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en la población de Santa Ana, el Observatorio Astronómico es el único que aporta a la ciencia, cultura y turismo, porque se realizan investigaciones astronómicas y genera un promedio de mil visitas por mes.
Desde la desaparición de la URSS en 1991, el observatorio ha sufrido de problemas económicos. Primero, el Tesoro General de la Nación no hacía los desembolsos oportunos. Luego, las prefecturas también se desentendían. Posteriormente, las administraciones de la Gobernación lo mismo. Este año, los científicos debieron hacer un paro, cerrando momentáneamente las puertas a los astro-turistas, porque estaban sin pago desde el 2016.
No hay interés. Así de simple. Bolivia mata lo poco y modesto que tiene. Y la gran perdedora es Tarija. Qué injusto. La boliviana de corazón, la gran benemérita de la Guerra del Chaco es tratada así en este proceso de cambio. Pierde Tarija. Pierde el país.
La autora es docente e investigadora universitaria.
Columnas de SONIA CASTRO ESCALANTE