Paz en su tumba
La trágica muerte del exsenador Róger Pinto Molina, refugiado político en Brasil luego de un largo asilo en la embajada de ese país en Bolivia, ha conmocionado al país, salvo, probablemente, a personas insensibilizadas por el sectarismo político-ideológico o temerosas por las denuncias documentadas que en su tiempo hizo sobre relaciones de importantes funcionarios con el narcotráfico.
No hay que olvidar que luego de presentar la documentación respaldatoria de esas denuncias al Ministerio de la Presidencia comenzó el acoso judicial al exparlamentario, al punto que se vio obligado a solicitar asilo a la Embajada de Brasil, donde permaneció durante más de un año porque el gobierno le negó el salvoconducto de salida, asilo que terminó por la audaz acción de un ministro Consejero de planificar su huida por tierra hasta el vecino país (dicho funcionario fue sancionado por el Gobierno de la exmandataria Dilma Rousseff, pero luego fue rehabilitado con honores), donde ayer, a consecuencia de un accidente de aviación, falleció.
Róger Pinto muestra en clave de tragedia el drama de un ciudadano que sufre los rigores de la vendetta política donde no funcionan en forma independiente los mecanismos judiciales que defienden los derechos de las personas. Por ello, sus últimos 10 años de vida estuvieron signados por los avatares de la acción política, sucesivas heridas psicológicas y lejos de su tierra natal.
Probablemente, la figura del exsenador Róger Pinto será recordada en la ardua tarea de recuperar en el país el principio de que la política en democracia tiene como requisito fundamental el respeto al disenso y que la contienda en este campo es entre adversarios y no enemigos.
Siendo profundamente creyente, ahora el senador Róger Pinto Molina debe estar descansando en paz.