Europa convulsionada
El atentado terrorista registrado en Barcelona organizado y ejecutado por una célula identificada con el Estado Islámico (EI) y que ha provocado la muerte de 14 personas que paseaban por uno de los centros turísticos más visitados de esa ciudad, ha vuelto a convulsionar al mundo.
A la muerte y lesión de centenares de personas en actos terroristas que nada tienen que ver en forma directa con el problema, se suma que afecta profundamente a las diferentes comunidades de origen árabe asentadas en Europa, pues lo único que consiguen es reactivar sentimientos de xenofobia violenta en su contra.
En ese contexto, qué difícil es pedir que se mantenga la sensatez y exigir, por la supervivencia de la humanidad, que en la respuesta a esos crímenes ni el Estado ni las sociedades ejecuten acciones extremas de represión. Si algo ha permitido que después de la segunda guerra mundial Europa pueda convertirse en un faro de esperanza es la decisión de sus Gobiernos de adoptar como principio fundamental el pleno respeto a los derechos humanos en toda su amplia concepción.
En ese sentido, resulta dramático, como señalamos, que quienes presuntamente luchan por un mundo mejor, lo que logran es que esa adhesión al principio de la defensa de los derechos humanos sea arrinconada para dar espacio a proyectos autoritarios de poder que afectan, fundamentalmente, a los más pobres de esas sociedades.
Sin embargo, como reiteradamente insiste el papa Francisco, es un deber seguir batallando, pese a cualquier adversidad, para construir un mundo de respeto, tolerancia y solidaridad. En la medida en que no se encuentren mecanismos que permitan consolidar una mejor redistribución de la riqueza y crear mecanismos de amplia participación, siempre existirá la probabilidad de que grupos de fanáticos intenten desestabilizar a las sociedades.
Peor aún en el caso del EI que intenta justificar su violencia generalizada en la necesidad de implantar en el mundo sus creencias a través de la creación de estados teocráticos de profunda raíz autoritaria.
En ese contexto, el acto de terrorismo en Barcelona, como los que cotidianamente se ejecutan en diversas regiones del planeta, son, sin duda, un atentado en contra de la paz mundial y como tal debemos enfrentarlos todos, a partir de un principio fundamental: nadie tiene derecho a atentar en contra de la vida de los otros y no hay razón religiosa, política-ideológica o económica que justifique acciones de esta naturaleza.
Mientras, dada la experiencia que vive el planeta desde hace ya décadas, se mantengan mínimos resquicios intentando justificar o explicar estos crímenes, estemos seguros de que se los seguirá cometiendo. De ahí que combatir a sus autores intelectuales y materiales se convierte en una tarea ineludible que requiere el concurso de todos los Gobiernos que tienen entre sus prioridades mantener la paz mundial.
En esta misma línea se puede señalar que es necesario superar la “doble moral” presente en los ámbitos del poder, particularmente de Occidente, para no actuar con mayor rigor frente a países cuyos gobernantes son importantes aliados de estos grupos radicales.
En fin, el atentado de Barcelona es una nueva llamada de atención para que revisemos democráticamente el rumbo que se le está dando al planeta.