El bien común
La diversidad de tiendas políticas a cargo de las alcaldías y concejos, de gobernaciones y asambleas departamentales, del Gobierno central y de la asamblea nacional ha puesto en nítida evidencia que a nadie le importa el bien común. Unos bloquean a otros. Las obras que requieren la clara concurrencia de dos o más competencias o niveles, están condenadas a la postración. Es decir: no han de realizarse. La política partidaria, la política de facción, no deja de librar batalla aunque de por medio se caiga el mundo y sus alrededores. Cuando está en ese ruin afán, parece un deporte de vagos y malentretenidos.
Y, sin embargo, a la democracia genuina le interesa la pluralidad en la política frente al adefesio terrorífico del partido único. En un ejemplo: a los vecinos de la sección municipal de Ramadas, en la provincia Tapacari, les asiste el derecho político de organizarse en agrupación o partido para la administración de su municipio de ganar en las elecciones. Si las ganan, es muy probable que tengan problemas con el municipio de la otra sección, y con la Gobernación departamental y con el Gobierno central. Hay más de un modo de perjudicar su gestión independiente. Pero también viceversa: esta pequeña agrupación (es sólo un ejemplo) podría perjudicar los planes, bien grandes, de la Gobernación y del Gobierno central. Que nadie lo dude. Y eso se debe a la indiferencia (ignorancia) absoluta que muchos políticos sienten frente al bien común. ¿Qué grandeza se podría argumentar en su defensa?
En nuestro país pululan los problemas limítrofes entre municipios y departamentos. En medio de ellos están las poblaciones. A algunos alcaldes todavía les interesa acarrear gente para enfrentarla con otra, azuzarla con violentos y agresivos discursos altoperuanos de balcón. Sucede lo mismo entre provincias y regiones. Mientras tanto envejecemos sin planificación y sin obras, sin tranquilidad social, colgando temblorosos como gota de agua en el alero. La política menuda seguirá su tonto decurso sin visibilizar el fin u objeto de su misión esencial: el bien común ante todo. Se tiene muestras de larga data que sirven para cortarse las venas de frustración.
La diversidad de agrupaciones y partidos es una gran noticia. Antes, en los primeros tiempos de esta democracia, el humilde vecino y ciudadano que deseaba participar en la política de su localidad, debía trasladarse a La Paz en busca del Gran Jefe del gran partido. En esa friolenta ajenidad, muy descontextualizado, ese pobre y olvidado boliviano de la selva, o del chaco, de los valles o altiplano, pedía que se lo tomara en cuenta como candidato. El Gran Jefe miraba su insignificancia y se reía. Desde hace años, aquello ya no sucede más. Ese mismo vecino o ciudadano, referente dignísimo de su lugar de vida, no le ruega a nadie. Se organiza y compite en elecciones, sin ruegos. Sin achicarse. Porque si bien en La Paz era, súbitamente, nadie, en su localidad fue siempre un señor decente que piensa que cuenta con el apoyo de su paisanos. Esta buena noticia genera que haya diversidad de presencia política en nuestra sociedad. Debido a ello, insisto, sin embargo, el interés de facción, mezquino, menudísimo, irritante al máximo, aplasta al bien común.
Y no importa que el tema sea el agua. Cuando los colores políticos se vuelven chispas, arde, como leño seco, este bien común. Con el aire limpio y el famoso chaqueo sucede algo aún peor. El Gobierno central los autoriza y las campañas de aire limpio de las alcaldías quedan en verdadero ridículo. El Gobierno no discute sus planes con los alcaldes, no los concilia con otras necesidades y urgencias. No llega a un acuerdo que respete otros planes. Y los desembolsos económicos son la llave maestra para aplastar a regiones opositoras (pero se lee en la prensa que las regiones tampoco desembolsan la contraparte). Si bajamos la mirada, vamos a espantarnos de las peleas de anécdota (Tarzanes de jardincito) que suelen haber entre dirigentes de una misma OTB.
En medio de la trifulca, lo sabemos, está la población. Ésta advierte la lentitud del progreso, la pérdida de tiempo, de recursos y la pequeñez de los políticos. Está claro que les falta grandeza. ¿Qué se podría hacer para que les crezca el corazón, la visión y se les achique toda esa mezquindad? Porque necesitamos que antepongan el bien común a sus propios intereses.
El autor es abogado
Columnas de GONZALO LEMA