El difícil proceso de la paz
La disposición de observar calma y deponer cualquier actitud belicosa durante la visita del Papa, fue una decisión ineludible para el presidente Santos. Además de precautelar la seguridad del Pontífice; también fue, por sí misma, una circunstancia informativa; tuvo la virtud de alertar que la paz, no obstante la aparatosa solemnidad con “Timochenko”, aún está en proceso de consolidación. No es una batalla ganada ni se puede decir que la guerra ha terminado. Tal vez no termine nunca.
En sustancia, es una controversia antigua. Ya los filósofos griegos lo analizaron con gran lucidez. Idealismo y materialismo, siguen librando sus batallas. Hoy, como ayer, el mundo es un campo de Agramante, de lucha sin tregua. Los terroristas atacan; los norcoreanos amenazan con volar el planeta. En la alegoría poética de Darío el lobo de gubbia le dice al Santo de Asís: “Yo estaba tranquilo allá en el convento, pero empecé a ver la lucha atroz entre los hombres y otra vez me volví lobo malo de repente; más siempre mejor que esa mala gente”. Entonces, Francisco: “En el hombre existe mala levadura; cuando nace viene con pecado. Es triste…”.
Pero el poner término a una lucha de 50 años, significó una gran conquista, así sea todavía parcial. El Premio Nobel de la Paz al presidente Santos fue un gran refuerzo y el apoyo del papa Francisco lo hizo irreversible. Abatir de un golpe a un monstruo bicéfalo: la guerrilla y el narcotráfico, no fue poca cosa. Sin embargo, se abrió una perspectiva dudosa. La inserción de las FARC en la vida política. Como partido, puede ser un caballo de Troya: una estratagema de engaño o una “estrategia envolvente”, al estilo de la demagogia plurinacional. Los exguerrilleros vieron que en lugar de las balas funcionan mejor las urnas. ¿Pero a qué clase de actividad política se incorporarán? Ésta es la cosa.
La democracia tiene un conjunto de elementos indicativos que lo revelan de forma inequívoca: El pluralismo y la alternancia en el poder hacen que todos tengan la opción de acceder al poder; nadie debe creerse único e irremplazable, porque eso es dictadura. Sin independencia de poderes, la concentración hegemónica del poder en una persona, no es democrática; una gestión sin equilibrio de poder, es propensa a la dictadura. En democracia se respetan los derechos humanos: “no estoy de acuerdo, pero daría mi vida porque lo digas”. No hay cárceles ni exilio para los disidentes. Su emblema esencial es la libertad.
El dictador odia al que se atreve a pensar por su cuenta. Por miedo a la verdad, ataca a la prensa y a la libertad de expresión; halaga con prebendas a la masa para explotarla y es un hábil “demócrata” para reproducir el poder, desde el poder. Esa es la disyuntiva.
En Colombia hay una incógnita planteada: aún no se sabe cómo actuarán los guerrilleros conversos. El tiempo dirá si no fue sólo una astucia calculada.
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS