Un siglo después, las olimpiadas buscan ser sostenibles de nuevo
Este miércoles, en Lima, se confirmó la selección de las sedes de los próximos Juegos Olímpicos: París 2024 y Los Ángeles 2028.
La decisión se tomó porque ambas candidaturas convencieron al jurado, pero también porque, en mi opinión, la segunda presenta una apuesta novedosa y decidida hacia la sostenibilidad.
Es curioso que cuando se habla de la contaminación mundial, de conflictos bélicos y del capitalismo salvaje, casi siempre se hace referencia al Imperio, a Estados Unidos.
Mucho menos frecuentes son las alusiones a aquellos emprendedores sociales, progresistas e idealistas, que, desde esas mismas tierras, proponen medidas diametralmente opuestas.
Y aunque el avance de un gran evento como unos JJOO tiene un impulso fundamentalmente económico, el movimiento olímpico ha tratado de encontrar alguna solución a la mercantilización extrema del espectáculo, toda vez que se ha diluido la esencia del “ánima sana en cuerpo sano” que el barón de Coubertin –fundador del movimiento olímpico– trató de inmortalizar.
La realidad se ha llevado este ideal por delante, dando paso a prácticas que han oscurecido el idealismo, como el dopaje, el nacionalismo extremo y las apuestas ilegales, por poner sólo tres ejemplos.
Por eso, justamente, Los Ángeles ha definido a sus olimpiadas de 2028 como los juegos de la “nueva era”, no en un ejercicio espiritual, sino en una ruptura con la tradición desarrollista de estas citas olímpicas.
La nueva postura, se ha enfocado en tres ejes: en la reutilización del espacio público y de la infraestructura existente, en la consideración de las comunidades locales como eje vertebrador del éxito de las olimpiadas y en la importancia de la creatividad como motor de reinvención –sobradamente demostrada en California, la meca creativa del siglo XXI–.
Esta nueva visión olímpica, que ya tuvo brotes verdes en Londres 2012, se consolida –orgánicamente o de forma buscada– en una armonía filosófica con algunos de los Nuevos Objetivos del Milenio de Naciones Unidas, concretamente con la búsqueda de comunidades y ciudades más sostenibles.
Esta búsqueda trasciende ampliamente el objetivo político, mediático y de impacto en el mercado inmobiliario que las ciudades sede buscaban antaño.
Esta nueva tendencia busca una exploración de las posibilidades de la sostenibilidad urbana y del espacio público, de la sostenibilidad ambiental, de la sostenibilidad fiscal (y de acceso a capital privado) y el fortalecimiento de la competitividad en los núcleos urbanos.
Con una mezcla de pena, nostalgia y vergüenza ajena presenciamos recuentos y revisiones postolímpicas.
Constatamos el despilfarro, desuso y el abandono de las grandes instalaciones y elefantes blancos, lamentando muchas veces el impulso político discontinuo, firmado por arquitectos estelares que construyen Nidos de Pájaros y estadios escultura que no sirven para nada más que para la foto, o arcos de Calatrava que costaron facturas impagables a Grecia que por poco los apean de Europa.
Tampoco nos tenemos que ir tan lejos, en Bolivia tenemos decenas de velódromos inútiles, piscinas olímpicas millonarias que albergaban delfines de circos internacionales o graderías abandonadas al paso de la erosión.
En ese sentido, Los Ángeles parece haber redoblado la apuesta. “Reinventar, reimaginar y soñar” es su lema.
Y aunque la ciudad californiana puede darse el lujo de enfocarse en eso porque infraestructura no le falta, quizás todavía estemos a tiempo, en Cochabamba, de hacer más sostenibles nuestros Juegos Deportivos Sudamericanos Odesur 2018, sobre todo a un día de constatar que en nuestra ciudad, según el Foro Regional, la gente valora más el medioambiente que otras variables como el crecimiento.
El autor es gestor cultural.
@fadriquei
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