De vita Caesarum
Estaba inmerso en las páginas de “Los Doce Césares” de Suetonio cuando criterios de inaplicabilidad afloraron en el panorama político a la luz de una Acción de Inconstitucionalidad Abstracta presentada ante el Tribunal Constitucional (TC), cuyo resultado puede llegar a convertirse en un hito que marcará el destino del país. La noticia detuvo mi lectura cuando leía de Julio César: “Impútanse, sin embargo, a César acciones y palabras que demuestran el abuso del poder y que parecen justificar su muerte. No se contentó con aceptar los honores más altos, como el consulado vitalicio, la dictadura perpetua, la censura de las costumbres, el título de Emperador, el dictado de Padre de la Patria, una estatua entre las de los reyes, una especie de trono en la orquesta, sino que admitió, además, que le decretasen otros superiores a la medida de las grandezas humanas; tuvo, en efecto, silla de oro en el Senado y en su tribunal; en las pompas del circo un carro en el que era llevado religiosamente su retrato”.
Dada la connotación que persigue la acción, el debate nacional confrontará criterios jurídicos técnicos que probablemente no sean de interés de la ciudadanía, por lo que enfocaré el asunto desde otra perspectiva. Por norma, los regímenes populistas tienen una consigna: no perder el poder y si es necesario, utilizar cualquier artilugio para lograr ese propósito. En esa línea está el MAS. Niegan la República (por eso lo hacen, no por retórica) sus instrumentos y la separación de poderes, con la mirada puesta en el mandato indefinido, con control electoral y judicial. Y no sólo pasa con el populismo de izquierda, con el de derecha también.
Si el MAS fuera un partido institucionalizado, podría llevar candidatos que no sean los del actual binomio, sin violentar la ley. No lo hace, porque la orfandad de liderazgo propia de agrupaciones caudillistas ha propiciado que plantee acciones como la intentada, que más allá de su absoluta inconsistencia legal, da cuenta de un ambiente interno de terror a perder poder y privilegios que obliga a repostular a Evo. Creen que no pueden ganar una elección sin él (y sin Costas y Exeni). De ahí la importancia de la República, porque bajo su formato, adoptado en la mayoría de los países democráticos del mundo, nadie está por encima de la ley, y ésta nunca puede ser manoseada, interpretada sañudamente o desconocida sólo por la búsqueda de “prorroguismo”.
Así, el cuadro bien podría asemejarse a lo que generalmente sucede en un país bananero. Sin embargo, la situación adquiere ribetes de mayor escándalo cuando a título de una forzada visión de lo que son los derechos humanos, se busca que preceptos constitucionales aprobados por el Poder Constituyente, sean inaplicados y que el voto, sagrado como es, sea desconocido por culpa de un hijo, procreado o no, dentro los vericuetos de la política. Fatal y terrorífico. Era preferible (siendo ilegal) que los masistas busquen otro referéndum a este despropósito que de consumarse, mostrará al mundo que éste es un país cuyo Estado deambula en las sombras del oscurantismo medieval, lo que derivará en un retroceso que marcará su declive institucional.
Retomo la lectura, y me adentro en la vida de Octavio Augusto: “El excesivo número de senadores había hecho de este cuerpo una extraña y confusa amalgama, pues había, en efecto, más de mil, de los que algunos eran completamente indignos de este rango, al que se habían visto elevados después de la muerte de César, por favor o por dinero, y a los cuales llamaba el pueblo Orcinos”. El pueblo dirá. Vox populi, vox Dei.
El autor es abogado.
Columnas de CAYO SALINAS