Chaparina, seis años después
Los seis años transcurridos desde la ofensiva represiva de Chaparina son una prueba de lo ardua que suele ser la batalla entre el olvido y la memoria, entre la impunidad y la justicia
Un día como ayer, hace seis años, el 25 de septiembre de 2011, se produjo en la localidad de Chaparina una ofensiva policial, con apoyo logístico militar, contra la VIII marcha de los habitantes del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis) que se dirigían hacia la sede de gobierno con el propósito de hacer oír su voz de protesta por la decisión gubernamental de construir, “les guste o no les guste”, una carretera a través de su territorio.
El sexto aniversario de lo ocurrido ese día, tal como ocurriera durante los cinco años anteriores, no ha pasado desapercibido. Y no lo ha hecho porque, por una serie de factores, la fecha se ha sumado a la lista de hitos históricos que poco a poco van marcando la memoria colectiva y con ella el curso del proceso político boliviano que, como todos los procesos históricos, se va abriendo caminos a veces por vías insospechadas.
Lo ocurrido alrededor de este tema merece ser objeto de especial atención porque contiene muchos elementos simbólicos, ideológicos y prácticos que pueden ser vistos como una síntesis de las más grandes disyuntivas que se abren cuando se trata de elegir el camino a seguir hacia el futuro de nuestro país.
En ese contexto y dados los antecedentes del caso, no se puede atribuir a la casualidad el hecho de que hoy, como hace seis años, el futuro del Tipnis, con todos sus entretelones, entre los que se destaca lo ocurrido en Chaparina, siga ocupando un lugar principal en la agenda pública nacional, con proyecciones, incluso, al escenario internacional.
Desde una mirada estrictamente formal, la que se fija en la dimensión judicial que adquirieron los hechos de Chaparina desde el mismo día en que se produjeron, el caso puede ser visto como un ejemplo del triunfo de la impunidad sobre la justicia. Y hay buenas razones para verlo así pues ninguno de los autores —ni los intelectuales ni los materiales de ese acto represivo— han sido sometidos a los procesos judiciales correspondientes. Por el contrario, han sido generosamente recompensados mediante cargos y otras formas tradicionales del prebendalismo. Vistas así las cosas, Chaparina podría ser un buen ejemplo de la facilidad con que en nuestro país se impone la impunidad.
Sin embargo, desde otro punto de vista, a pesar de los seis años transcurridos, el mismo caso puede ser destacado como un ejemplo de lo persistentes que pueden llegar a ser en la memoria colectiva algunos hechos cuando por alguna razón dejan de ser sólo parte de la rutina cotidiana.
Por eso, más allá y a pesar de las formalidades legales, el caso Chaparina deja valiosas lecciones que es bueno siempre recordar. Entre ellas, la más importante, que, como dice un sabio adagio popular, “nadie puede ser impunemente poderoso”, más aún si ese poder es ejercido en una sociedad que, como la boliviana, ha sabido poner el respeto a los derechos humanos y a la libre expresión de las personas y de los pueblos en un lugar muy privilegiado de su escala de valores.