¿La universidad nos falló?
En el último tiempo la coyuntura tuvo como protagonista a las universidades públicas del país quienes, como hace mucho tiempo no lo hacían, decidieron tomar medidas de protesta para exigir al Estado mayor presupuesto. Esto plantea una cuestionante de inicio. ¿Qué pasó con los recursos que recibieron por IDH?, consecuentemente, constituye motivo de análisis y reflexión en cuanto al papel de la universidad en la Bolivia actual, a cómo gestionó esos recursos y cómo los ha ido gastando.
Estimo necesario partir esta reflexión desde el siguiente punto: hasta el año 2005, las universidades presentaban una encarnizada pelea para obtener mayores recursos del Estado en su presupuesto anual. A partir de entonces y con la promulgación de la Ley 3058 (Ley de Hidrocarburos), el sistema universitario se vio beneficiado con una cantidad de recursos adicionales, provenientes de la explotación del gas, por concepto del Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH).
Han transcurrido 11 años desde que las universidades empezaron a recibir estos cuantiosos recursos y, desde entonces hasta la fecha, las cosas no han cambiado mucho. Ahora que los recursos han bajado, las universidades han vuelto a extender la mano al Estado como antes. Con la única diferencia que ahora han acumulado una gran cantidad de dinero en sus cuentas de caja y banco que corresponden a recursos que no pudieron invertir como estaba planeado.
Según los datos proporcionados por el Gobierno, que son de acceso público, el sistema universitario boliviano recibió por concepto de IDH más de 6.900 millones de bolivianos (casi mil millones de dólares). Una cifra astronómica para un país como Bolivia. Sin embargo, las universidades no han sabido invertir ese dinero de acuerdo con sus fines y lo han malgastado en cosas superfluas o directamente no lo han gastado y lo han ido acumulando sin darle un uso práctico.
En el primer caso anotado hay universidades que cuentan con impresoras plotter (de gran formato) para imprimir sus comunicados o utilizan un sistema de pantallas LED, para el mismo fin. Sin embargo, seguimos con la misma carencia de producción intelectual que la sociedad exige de su universidad y seguimos peleando los últimos lugares en calidad educativa de la región.
En el segundo caso, el tema es peor, porque las universidades ni siquiera han sabido planificar sus gastos en función de su capacidad y lo único que hacen es limitarse a acumular dinero sin uso en sus cuentas de banco, con la esperanza de ejecutar alguna vez esos proyectos que no tienen pies ni cabeza.
Esto denuncia el evidente divorcio que existe entre la Universidad y su encargo social. Porque en 11 años las universidades no han podido transformar su modelo educativo y no han podido alinear su misión y su visión a los desafíos que planteaban las exigencias de una nueva Bolivia, de profundas transformaciones.
Resulta preocupante que en 11 años la Universidad no haya diversificado la forma de generar recursos propios a través de programas de investigación que entreguen nuevos productos que solucionen problemas de nuestra realidad y ahora nos encontramos como en un principio, pidiéndole dinero al Estado solamente para sobrevivir hasta el final del año. Éste es un contrasentido que trae a mi memoria la parábola de los talentos, donde los encargados, en lugar de invertir el dinero del amo (en este caso el pueblo boliviano) se han limitado a enterrarlo para demostrar que no han hecho nada con esos talentos (ni bueno ni malo).
Todo esto me lleva concluir que 11 años y mil millones de dólares después, la universidad boliviana nos falló porque penosamente se encuentra como al principio, sin tener un solo logro destacable para decir que hizo algo con todo ese tiempo y ese dinero.
El autor es economista
Columnas de RAFAEL VILLARROEL