Ciudades atractivas: lo único, lo intangible y lo genuino
Esta semana, no sé si a raíz de la celebración del Día Mundial del Turismo o a causa del recientemente inaugurado reloj floral de Cala Cala, la periodista Mónica Olmos preguntaba en su Facebook qué elementos debe tener una ciudad para ser potencialmente turística.
Las respuestas de sus conocidos iban en varios sentidos. Desde aquellas que se centraban en las condiciones necesarias para satisfacer las necesidades básicas del ser humano —principalmente fisiológicas, de higiene y seguridad—, hasta otras más relacionadas con infraestructura turística. Había demandas de todo color, lo que me hizo entretenido el ejercicio de pensamiento colectivo, que por otra parte es un elemento fundamental de cualquier intento de planificación comunitaria en búsqueda de iniciativas desarrollo económico local.
Mi argumento se centraba en la importancia de aquello que nos hace “únicos” y que es intangible, por sobre el resto de condiciones, pues nuestro mayor capital estriba en la identidad de nuestras comunidades. No sólo capital cultural, sino también el capital social, físico y natural, que además son elementos susceptibles de acumular capital financiero y tecnológico, toda vez que se incorpora la creatividad humana en el proceso de producción en una economía, como bien dice David Throsby.
Pero yendo a lo concreto, cuantos más Starbucks, avenidas con edificios de ventanas “ray ban” y centros comerciales se quieran destacar como “atractivo turístico”, menos identidad especial tiene un sitio. Finalmente, nadie se desplaza kilómetros para ver una ciudad igual a la suya, sino a una donde encuentre lo anecdótico, aun cuando esto sea una estatua de 50 centímetros de un querubín de bronce orinando al vacío; si no, pregúntenle a los belgas.
El turismo de hoy en día es un tema de experiencias singulares, de la creación de esa sensación diferencial, aún sea en la realidad o mera ilusión. En ese sentido, Cochabamba es única por lo particular de las comunidades y costumbres que conforman esa idea de “cochabambinidad”, aquello que nos hace especiales más allá del cemento y de la infraestructura, sea un buen plato de fideos uchu picantes o una cueca de Willy Claure.
Los polos de turismo más buscados son aquellas ciudades que resaltan mejor el rendimiento creativo de sus músculos sociales. Ambientes urbanos de calidad, sí, pero sobre todo trazados y dibujados por la cultura local. Espacios más vivos y dinámicos que no vienen necesariamente de iniciativas costosas y planificadas por alcaldes, sino aquellos donde la gente se organiza para disfrutar más intensamente de su cultura.
Hace un tiempo eran los cafés de la España en Cochabamba (hoy muy mermados); durante años la Sagárnaga y el Mercado de Brujas en La Paz, y más recientemente los cholets de El Alto, son referentes culturales, gracias a iniciativas locales y al trabajo de sus vecinos. Podemos ir al extremo con la plaza Djemaa El-Fna en Marrakech, sitio que es patrimonio de la humanidad no por la majestuosidad de la infraestructura —una planicie de cemento similar al mercado Calatayud de Cochabamba—, sino por los cientos de faquires, comerciantes, viandantes y artesanos reunidos para interactuar de forma casi mágica. Espacios que, de una u otra forma, dieron soluciones a escala humana a las necesidades de encuentro entre la gente y la creatividad, y resultaron atractivos.
La solución para lograr una ciudad atractiva al turismo no viene únicamente de infraestructura o de condiciones económicas estables. Una parte de la solución viene de fortalecer nuestra identidad local a partir de nuestros propios relatos, y eso no se hace obligatoriamente desde la administración pública, sino también escuchando la historia de lo que nos rodea, desde las crónicas de nuestros abuelos y vecinos, en el ejercicio de reinterpretación, actualización y experimentación.
Una vez que abrimos los oídos es más fácil “exportar” una narrativa propia a partir de lo que nos une y hace diferentes. No de los cristos-copia/pega-de-otros-cristos, ni de avenidas que evoquen a Miami, sino de lo diferente que para nosotros no es tan diferente, pues al final de cuentas, lo atractivo inevitablemente es lo genuino.
El autor es gestor cultural
@fadriquei
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