Estrategia: su complejidad y dimensiones
La estrategia no es fácil, pese a que el añejo arte de los generales evolucionó y se ha popularizado. Hoy es común hablar de estrategia en ámbitos políticos, empresariales, de mercadeo, etc. Inclusive existe la “estrategia personal” de cada individuo para guiar su vida. Pero mayor divulgación no implica mayor facilidad, persisten temas complejos. La estrategia consiste en utilizar de la mejor manera los medios disponibles con el propósito de alcanzar un objetivo determinado. La “Gran Estrategia” contiene al objetivo supremo y a ella deben ceñirse las estrategias de menor rango. La secuencias cortas de la estrategia son sus partes tácticas. La táctica es al albañil lo que la estrategia es al arquitecto.
Desde las campañas napoleónicas se generaron mayores complejidades. El concepto estratégico pasó a ser más amplio, aunque siempre dependiente de la gran estrategia y su objetivo máximo. Si Karl von Clausewitz definió a la guerra como la continuación de la política por otros medios, era obvio entonces —y lo es ahora— que todo lo concerniente al combate (sea cual sea su forma) está (estaba) supeditado al fin político. Se trate de un enfrentamiento, de campañas electorales o de marketing, las victorias en el campo no tendrán valor salvo que contribuyan para llegar al objetivo máximo o por lo menos permitan alcanzar objetivos intermedios aceptables.
Ya en el lejano 1979 difundí las cuatro dimensiones de la estrategia de Michel Howard: operacional, social, tecnológica y logística. Cada una adquiere mayor o menor relevancia según el contexto en que deba aplicársela. Además deben agregarse las famosas “3C”: Comando, Control y Comunicaciones. Las interacciones posibles de las tres C son vitales y se acomodarán a las circunstancias de cada plan estratégico. La tecnología y la logística —aunque no siempre se menciona esta última— son de enorme relevancia. Ni Alejandro El Magno ni Julio César hubieran logrado sus victorias sin comida para sus tropas o sin vituallas. Isabel la Católica era especialista en logística; gracias a ella se aceleró la reconquista de la península ibérica (1492) tras haber estado 700 años en manos sarracenas. Napoleón podría haber triunfado en Waterloo si hubiera contado con el globo aerostático para observar desde el aire el movimiento de tropas. Un factor tecnológico disponible, pero no usado ni valorado, precipitó su derrota más grande. Poco antes el propio emperador disolvió —“por inútil”— el cuerpo experimental de globos de los hermanos Montgolfier… Así pues, cada dimensión tiene mayor o menor relevancia según el contexto. Lo social implica la acción de fuerzas populares. Eso ocurrió con el repudio del pueblo norteamericano al conflicto de Vietnam, factor decisivo para su conclusión, aunque haya sido con resultado negativo.
El planeamiento estratégico evalúa cada situación en forma específica. El objetivo político puede ser claro, pero sin una buena estrategia subyacente nada podrá lograrse. Exagerar una de las dimensiones puede confundir. En la guerra de secesión estadounidense los triunfos operacionales del sur esclavista fueron impresionantes, pero en última instancia el potencial logístico-industrial del norte prevaleció. Robert Lee era mejor general que Ulises Grant pero éste disponía de más recursos. Al final los números mandan; considerar lo cuantitativo es parte esencial de la estrategia. Por último, debe recordarse que en el más alto nivel, política y estrategia son una sola cosa.
El autor es excanciller de Bolivia, economista y politólogo
Columnas de AGUSTÍN SAAVEDRA WEISE