Los anchos bolsillos de un funcionario de banco
Batallas es una sección de la provincia Los Andes de La Paz, camino a Copacabana. Como interés, no ofrece otra cosa de carácter histórico que en un pueblo de su jurisdicción, Peñas, ejecutaron a Túpac Katari, que en el momento previo a su desmembración, habría dicho: “Volveré y seré millones”.
Esta frase parece haber calado en un empleado de banco, que entendió: “Volveré y haré millones”. En efecto, en esa zona rural, Juan Pari Mamani, jefe de operaciones de una sucursal del Banco Unión, se fue llevando consigo fajos de dinero de las bóvedas del Banco Unión. Y nadie se dio cuenta.
No necesitó planificar un atraco, estudiar planos del banco, convencer a secuaces, cronometrar el tiempo entre el atraco y la llegada de la Policía, tener un auto cerca con el motor encendido y emprender veloz huida. Esas son cosas de películas. Tampoco tuvo que ser un ciberdelincuente, estudiar informática, ser tipo listo para violar las claves y realizar transferencias. Le fue más sencillo. Ingresar por la puerta del banco, como empleado de quinta que era. Dirigirse a la bóveda. Tener ante sí fajos de dinero. Estirar las manos, apoderarse del dinero, introducirlo entre su ropa y listo, salir de lo más campante. Y así durante muchos meses, desde diciembre de 2016, tiempo en que los jefes superiores vivían papando moscas. Con ellos, todo el sistema nacional del estatal Banco Unión.
Cuando el caso se descubrió, primero se dijo unas cifras. Luego, otras. De ser cierta la suma de aproximadamente 40 millones de bolivianos, Pari se habría robado algo así como seis millones de dólares y hacía una ostentación de riqueza a nivel de casi jeque árabe, colección de autos, bebidas caras, etc.
Este desfalco revela varios aspectos, tanto en lo individual como en lo colectivo. En lo individual, nos muestra cuánto se han resquebrajado las contenciones de orden moral. Pari no era un delincuente de hampa, sino un profesional de campo de las finanzas, que en cuanto tuvo la oportunidad, se hizo un ladrón. Pareciera que ese “le meto nomás” ha tenido unas resonancias que se han ido amplificando desde el palacio de gobierno, hasta alcanzar las oficinas gubernamentales, proseguir hasta los escritorios, continuar hasta los hogares, hasta llegar a las conciencias individuales, como si se tratara de una invitación para todos a transgredir las normas, las leyes, los códigos morales. Se diría que ese “le meto nomás” ha llegado a ser como un imperativo de viveza, en el que todo vale para salirse con la suya.
En lo institucional, causa perplejidad que un funcionario de poca monta perpetre semejante robo, del modo que lo ha hecho. Y que nadie se dé cuenta. Una se pregunta si esa liviandad en los controles sería posible en los bancos privados, o es que en la cosa pública se están colocando gente nada profesional, que todo ahí se maneja con un aire medio familiar, que el guardia le tiene a uno tanta confianza que ni le haga el cateo, que no hay cámaras de filmación, que el gerente del área no tenga registro de los recorridos de cada uno de sus empleados, que a nadie le llame la atención que ahí hay un hueco de dinero, que faltan fajos.
Pocas instituciones como las de un banco cuentan con una jerarquía tan estratificada y con roles muy definidos. Su organigrama es complejo, gerente de tal cosa, gerente de tal otra. Jefe de área de esto y de lo otro. Se supone —se suponía— que eran gente preparada para el desempeño de misión tan delicada, como es el cuidar del dinero ajeno.
La gerente general, Marcia Villarroel, prometía ser “firme y con mucho coraje” en una publinota de un diario en mayo de este año, al elogiar su gestión y ponderar su liderazgo femenino. Hasta el momento, no se advierte firmeza, en un caso tan grave que podría suponer una pérdida de confianza en el sistema bancario. Debería renunciar, por ejemplo.
La autora es comunicadora social
Columnas de SONIA CASTRO ESCALANTE